El 202? ha durado cinco años. No sé si el ser humano, en los momentos clave de su existencia, está radicalmente solo o afortunadamente acompañado. Tampoco sé si escribir consiste en desnudarse —poco a poco, para que el lector no se asuste y salga corriendo— o en echarse hojas secas y flores amarillas por encima que compongan un disfraz.

Me gustan escritores de uno y otro grupo.

Los del primero no han escrito así por un arrebato masoquista-exhibicionista. Lo han hecho —o así los he leído yo— para decir: “a mí me duele esto” o “celebro esto otro”. Y después: “¿A ti te pasa?” Disfruto de las conversaciones imaginarias con escritores muertos y el 202? ha sido un annus horribilis.

Cinco años ha durado.

Crecer no puede equivaler a aislarse y alienarse. Esas ideas hay que vomitarlas. Y el desamor

El futuro nunca dejará de asustarme. No sé qué hare cuando no estén ellos. La incertidumbre ocupó el lugar del hombre del saco. Por qué llegar a ser algo. Por qué ganarse la vida si la vida no es una montaña que se escala. La vida consiste en aprender a caer. En desnacer, como diría García Calvo. No sé si el trabajo dignifica o hace más desgraciadas a las personas. Y el futuro está lleno de amigos adultos que trabajan. Nos reunimos una vez al año en una terraza —aceitunas, ojeras, voces apagadas— y asumimos que crecer era eso. Ganarse la vida: ahorrar, casa, coche, trabajo y monotonía gris. Yo invito, dice alguien. Me asusta mucho el futuro. Escribo sobre mañanas malditos para que no sucedan.

Y el 202? me ha durado tanto por culpa del futuro. Opositar a la abogacía del estado es meter tu vida en el congelador y confiar en poder resucitarla años después como a Walt Disney. Lo primero me lo dijo un preparador. Después del 202?: pesimismo y sentido del humor para ir tirando. Para qué el estatus y el poder —¿quién ha colocado en tu cabeza los pensamientos que mascas? —. Viajé al futuro de la mano de García Calvo. El zamorano dijo a un Jonathan adulto: poderoso eres, mequetrefe.

Menos mal que Nabokov me voló la cabeza.

La literatura es una forma de conocimiento superior al derecho —digo superior y nada más porque no quiero hacer sangre a mi yo del pasado—. Me di cuenta hace año y medio. No antes. En mi casa nadie leía y mis profesores de literatura no eran personas entusiasmadas. Quería estudiar filología clásica y la profesora de latín me dijo que eso no daba dinero. Estudié lo que decían que sí daba dinero.

Leí a Nabokov y pensé: si las palabras pueden hacer esto, quiero hacer esto con las palabras. El 202? ha sido un ejercicio de demolición. Se acabó el derecho. El sentido exacerbado de una responsabilidad insana: al pozo. Y la película de la vida estalló por fin, leí en Vladimir. Somos contexto, seres atravesados por la convención y las pupilas de los otros. No me importa que me llamen abogado o me conozcan por las buenas notas en una disciplina que ya no me satisface. Uno puede ser, al mismo tiempo, abogado, señora que canta cuplés, traficante de droga y anciana valiente. Nos viste la apariencia. Somos performance andantes la mayor parte del día. Elige tu disfraz. Escribo para otrarme, para ser otras y no solo un muchacho aplicado de pelo naranja.

Desde la aurora del tiempo se cantan odas al amor y se ponen guirnaldas y rosas, Virginia Wolf dixit. Yo quiero cantar, no solo al amor. Cuando empecé a compartir mi vocación literaria con los vivos, siempre acababa frustrado. Como si le entregase a alguien unas adelfas recién cortadas que se ponían mustias al entrar en contacto con unas manos áridas. Seguí dialogando con escritores muertos y confié en mi intuición.

Gracias a eso, a estas alturas ya puedo hablar con gente viva que me entiende. Los letraheridos de la Complutense han sido como luciérnagas cuando al otro lado de la ventana solo había noche.

Conversaciones hondas en este 202? Los jóvenes como personas que (sobre todo) anhelamos. Expectativas, proyectos, planificación, relojes que aprietan en la muñeca. Ascensores sociales averiados, ansiedades, irreverencia. ¿Alguna vez alguien está del todo donde quiere estar? ¿La plenitud es una meta cambiante que se aleja cuando nos acercamos? A día de hoy, creo que las respuestas son: no y sí.

Mucho insomnio.

Hay psicólogos buenos y otros, faltos de palabras, que balbucean frases de agenda y marketing. A ver si me toca uno de los primeros la próxima vez. Creí que nunca volvería a dormir bien. Ahora duermo regular y me conformo con eso. En el 202?: incapacidad de conciliar el sueño por el miedo al futuro, por las ganas de enmendar a la totalidad un mundo que encapsula a los individuos, los culpabiliza, aprieta las tuercas del egoísmo un poco… y después otro poco, cuando el calendario dice que vuelve a ser 1 de enero. Crecer no puede equivaler a aislarse y alienarse. Esas ideas hay que vomitarlas.

Y el desamor.

Ojalá vomitarlo también. Menos mal que existen las canciones de Taylor Swift. Y menos mal que hay palabras que son bálsamo. Al otro lado de la mesa o de la pantalla, alguien te pone la mano en el pecho: haces tuya su serenidad. Y todo pesa un poco menos.

Estamos solos quizá, pero nunca abandonados.

Acabo el 202? a la intemperie. Desnudo, camino con una mochila. Dentro hay: libros, papel, bolis negros, tuppers de la abuela y botellas con mensajes que dan las gracias.