Paso por la tienda de un tatuador y me llama la atención la cola que hay delante de la puerta, formada en su mayoría por adolescentes. Oigo decir a algunos que, han pedido, como regalo en estas Navidades a sus abuelos, un tatuaje.

Se puede constatar que, la tradición de hacer regalos se pierde en la memoria de los tiempos, así como otras costumbres navideñas que, se van añadiendo, pasando de generación en generación, dando la sensación de que todo se repite, salvo en este caso, la generalización del tatuaje.

Ya en el mundo clásico, concretamente en Roma, se celebraban las strenalias al comienzo del año romano. Parece ser que, Rómulo, uno de los fundadores de dicha ciudad, propuso que se le llevasen a la diosa Strenia - diosa de la salud, la fuerza y la purificación- ofrendas o presentes, que se llamaban strenas o albricias.

De ahí surge la palabra estrenar y la costumbre de hacer regalos el primer día del primer mes del año, a ella se los llevaban a su santuario, situado en un bosque en los alrededores de la ciudad y, solían ser ramitas del bosque de olivo o de laurel, tarritos de miel, higos secos y lamparillas de aceite, como presagio de suerte, abundancia y felicidad.

Siglos después, cuando el cristianismo fue aceptado como religión oficial del imperio, se adoptó la costumbre de regalar, haciéndola coincidir con el nacimiento de Jesús, al cual los Reyes Magos le ofrendaron, oro, como a un rey, incienso, como a un Dios y mirra que, se convertía en anestésico al mezclarla con vino, para mitigar los dolores del mundo, por ser un hombre.

Mucho tiempo después, se empezó a tener noticia de un cuarto rey, que no pudo llegar a tiempo al portal a adorar al Niño Jesús, llamado Artabán, cuya historia está recogida en el cuento navideño: El otro rey Mago, del escritor norteamericano Henry van Dyke, publicado en 1896.

Artabán siguió a la estrella anunciadora y partió para encontrarse con los otros tres. Le llevaba al Niño Jesús un diamante protector, un pedazo de jaspe y un rubí, pero en su camino se fue encontrando con un moribundo que había sido atacado por unos bandidos, y lo cuidó, curó sus heridas y le ofreció el diamante para que pudiera volver a su casa. Cuando llegó al punto de encuentro, los otros reyes ya habían partido. Siguió hasta Judea, y sólo se encontró con los soldados de Herodes degollando a los recién nacidos y, al ver que uno iba a ser sacrificado, ofreció el rubí al asesino a cambio de la vida del niño. Después fue encerrado durante 30 años en la cárcel del palacio de Jerusalén. Hasta allí llegaron los prodigios y promesas de aquel Rey que él quería ir a adorar. Al ser liberado, se anunció la crucifixión de Jesús y él se dirigió hacia el Gólgota para poder ofrecerle el jaspe que le quedaba, pero en el mercado vio a un padre que iba a subastar a su hijita para poder liquidar sus deudas, y Artabán se apiadó de ella y compró su libertad con la piedra que le quedaba.

Se produjo un terremoto, Jesús murió en la cruz y, una roca golpeó a Artabán que, medio inconsciente, vio una figura que le dijo, “Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve enfermo y me curaste, me hicieron prisionero y me liberaste”. Desorientado le preguntó, ¿cuándo hice esas cosas? Y la figura le respondió, “Lo que hiciste por tus hermanos, lo hiciste por mí”. Y así es como el cuarto rey acabó con Jesús en el cielo.

Son tiempos de paz, y sería deseable que además de regalar presentes y alegría, pudiéramos mantener viva la llama de las bienaventuranzas, sobre todo, teniendo en cuenta a los que sufren, a los perseguidos o a los que buscan la paz

También Papá Noel llega cargado de regalos el día de Navidad y su historia comienza en el siglo XIX, a raíz de la publicación de un poema de Clement Clark Moore, quien lo publicó por primera vez el 23 de diciembre de 1823, basado en la figura de un santo, titulado: “Era la noche antes de Navidad. Una visita de San Nicolás”, y comienza así: “Era tarde de Nochebuena, nada en la casa se oía, / hasta el ratón de alacena, con su familia dormía/. De la repisa colgaban, medias en la chimenea, / San Nicolás al llenarlas, tendría una gran tarea”.

En él se describe a San Nicolás como un personaje bajito y regordete que llega en un trineo por el aire, tirado por ocho renos y, va dejando regalos a todos. Al acabar, se esfuma por la chimenea de las casas.

Papá Noel o Santa Claus adquiere su forma definitiva en 1964, en una campaña publicitaria de la Coca Cola que contrató al dibujante Sundblom quien, tras leer el poema de Clark, lo pintó con el traje rojo con el que lo identificamos en la actualidad.

Las casas, en esta época se suelen adornar con belenes y árboles de Navidad. La primera escenificación se la debemos a San Francisco de Asís, quien en 1223 lo montó en Greccio, tras haber regresado de Tierra Santa y haber celebrado allí la Natividad en Belén.

Sin embargo, los villancicos fueron anteriores a los nacimientos, porque los evangelizadores del siglo V ya cantaban unas composiciones religiosas, que alcanzarían, pasado el tiempo, gran difusión popular.

La tradición de poner el árbol de Navidad se debe a San Bonifacio, que cristianizó Alemania en el siglo VIII. Se dice que se enfrentó a unos druidas y derribó un gran roble para demostrar que no era un árbol sagrado. Al caer destrozó todo lo que había alrededor, salvo un pequeño abeto que seguía en pie y ese día el santo lo llamó, el árbol del Niño de Dios porque todo esto ocurrió el día de Navidad.

Tomar las uvas, proviene de una costumbre francesa, puesta en marcha por familias pudientes a fines del siglo XIX, que tomaban una espléndida comida en Nochevieja, rematada con uvas y champán.

El 29 de diciembre de 1898, en el periódico El Imparcial, los productores promocionaron por primera vez “las uvas de la suerte”.

Aunque antes, el alcalde de Madrid ya había prohibido que los ciudadanos ridiculizaran la citada costumbre de los franceses, por lo que los madrileños se congregaron como protesta en la Puerta del Sol el 31 de diciembre de 1896 para tomar las uvas ruidosamente.

Y por todo esto, los regalos y los juguetes no faltan en estos días casi en ninguna casa.

Son tiempos de paz, y sería deseable que además de regalar presentes y alegría, pudiéramos mantener viva la llama de las bienaventuranzas, sobre todo, teniendo en cuenta a los que sufren, a los perseguidos o a los que buscan la paz, porque todas ellas adquieren gran relevancia hoy en día y, eso daría pleno significado a estas fechas.

Feliz Navidad y próspero Año para todos.