Resulta difícil realizar un balance del año que acaba que no derive en espiral para devolvernos, como en un cuento dickensiano, a un punto de partida oscuro, como los tiempos que pintan. Cuando todo parecía apuntar a que estas fiestas, al menos, podríamos recuperar algo del espíritu festivo de las Navidades del pasado, la pandemia vuelve a desdibujar y llevar al límite de las fuerzas a toda la población, que parece condenada de por vida a subir una carga descomunal por la más empinada de las laderas, como en una reproducción del castigo a Sísifo por desafiar con su ambición a los dioses griegos.

Parecieran agotados todos los pozos de esperanza, haber llegado al límite de lo posible. Pero precisamente esa agorera visión de futuro invita a reposar la mirada en los ejemplos que encontramos entre los zamoranos que, cada día, contribuyen con su esfuerzo a que exista un mínimo de cotidianidad, más allá de las polémicas partidistas, de los exabruptos y de los discursos vacíos que, a menudo, se llevan los titulares de los diarios.

Quedan muchos retos pendientes, reivindicaciones históricas por las que luchar

La Zamora que funciona merece ser resaltada. La llenan los habitantes de una provincia compuesta por pueblos cada vez más pequeños, con 1.863 almas menos en el padrón. Hubo un leve espejismo, no materializado del todo, protagonizado por quienes huían del encierro del asfalto en los momentos más duros del COVID. Con déficit de servicios y con tantas promesas que no terminan de cuajar, nos queda aferrarnos a la voluntad inquebrantable de las personas que permanecen en pie.

Como los vecinos de Hermisende, allá en la Alta Sanabria: 214 habitantes, por el camino quedaron este año otros siete según el INE, que se han puesto todos a una para no perder la panadería de su pueblo. La tahona en la que cinco generaciones llevan elaborando un producto básico que ha alimentado a la localidad y a parte de la comarca sanabresa. Y recaudan dinero para recuperar el negocio que quedó arrasado por un incendio fortuito el pasado fin de semana. Tal vez así haya una familia menos condenada al exilio forzoso.

Toca apelar a la solidaridad que nace de lo mejor que llevamos dentro, la que ha conseguido que el Banco de Alimentos haya recaudado lo suficiente como para asegurar el abastecimiento de los más vulnerables de la provincia durante todo el año 2022. Un padrón de pobreza que, a diferencia del que publica el Instituto Nacional de Estadística crece imparable con la crisis económica que acompaña y supera a la sanitaria.

Es más necesario que nunca el espíritu que insufla el aliento a todos los que nunca dan por perdida una causa y que ofrecen su servicio a los demás cuando en el horizonte solo asoma la frustración, independientemente de la fecha que marque el calendario. Los voluntarios del Teléfono de la Esperanza en Zamora que atendieron a más de 3.000 llamadas durante el año de personas que reclamaban, simplemente, alguien que escuchase sus problemas de angustia o de soledad. Aprender a gestionar el miedo, procurar el equilibrio mental cuando alrededor todo parece tambalearse es tan importante como cualquier otro pilar socio económico en el que asentar el desarrollo de una sociedad.

Es el primer paso para conseguir otros logros, el empuje necesario para superar obstáculos y subir un ocho mil en el Himalaya, como hizo nuestro curtido montañero Martín Ramos o fundar una empresa ganadera e introducirse en un sector que se encuentra patas arriba. Lo hicieron nuestras ganadoras del E-woman de este año, el evento que Prensa Ibérica y LA OPINIÓN-EL CORREO DE ZAMORA celebran cada año.

Toda esa fuerza que se desarrolla bajo el mismo paraguas del sacrificio diario genera, a su vez, suficiente ilusión como para animar a levantarse cada día para poner en marcha cada pueblo, cada ciudad. La provincia zamorana hace décadas que tiene los hornos mucho más chamuscados que los del pobre panadero de Hermisende. Sin embargo, es capaz de poner en marcha dinámicas para reconstruirse. Antes de iniciarse el siglo XXI, sobre Zamora pendían aún muchos más desafíos que ahora, incluso siendo 50.000 más los habitantes. Este territorio del oeste peninsular parecía condenado a albergar un cementerio nuclear y ser pasto del olvido. Han sido las voces y las acciones de los zamoranos, de los que aún permanecen aquí y el impulso recibido de los que quieren volver los que han propiciado la apertura de mercados para la industria agroalimentaria, los embajadores de una tierra con atractivos turísticos que han conseguido casi recuperar las cifras de visitantes de antes de la pandemia. Y son solo algunos ejemplos.

Cerramos el año con tanta incertidumbre o más que doce meses atrás, ahora con una incógnita añadida con la convocatoria adelantada de las elecciones autonómicas. Es de esperar que los primeros meses estén salpicados, una vez más de posturas antagónicas, de crispación gratuita por parte de más de uno de los candidatos que competirán por hacerse con el Gobierno regional. A buen seguro que será la ciudadanía de a pie la encargada de mostrar la cordura y la serenidad que hubiera sido deseable durante todo este tiempo bajo la amenaza mortal del COVID-19. Pero, desgraciadamente, tampoco resulta ninguna novedad que los elegidos nunca estén a la altura que merecen los electores.

El año 2022 lo tiene fácil para hacer añicos la triste herencia de 2021, que a su vez tampoco tuvo mucha competencia del aciago 2020. Quedan muchos retos pendientes, reivindicaciones históricas por las que luchar. Y, sobre todo, quedan muchas razones por las que esa Zamora que funciona tiene que seguir levantándose cada día para escribir la historia cierta de la provincia. Miles de razones que, estos días, han recibido su primera dosis de vacuna contra el COVID y con ella nos han dado una lección de responsabilidad cívica. Por ellos, por los niños zamoranos que tienen en manos ese futuro que nos pintan tan oscuro, la Zamora que funciona tiene que seguir haciéndolo y mejorando, día a día.