No hay quien lo entienda. Así, de repente, me dijo Claudinita. Con lo joven que era. Más de setenta no tenía. De la quinta de Luis. Si estuvimos los dos charlando en la consulta del médico hace poco. Lo más, hace dos semanas. Dos semanas no. Menos, menos, diez días si acaso. Y así de repente. Le deja a uno la sangre helada. Ya está el microondas. Beberé una poca leche por no quedarme sin desayunar, pero vamos, que ni hambre ni nada. No hay pastas. Tengo que comprárselas al panadero mañana, sin falta. Que no se me olvide, que anda uno medio atolondrado ya de últimas.

No pierdo la cabeza porque la llevo encima de los hombros, como dice la otra.

Que vaya ahí a la tele a buscar el amor, dice Claudinita. Que ahora son otros tiempos y dan igual los colores y los gustos y todo. Se ríe después con esos tres dientes que le quedan y me río yo también, claro. El amor, a estas alturas. Anda, anda

A ver qué hay en la tele. Esto es repetido. Ya lo echaron ayer. Con las máscaras esas y los atuendos. Me gusta si cantan en español. No, si cantan en inglés, no entiendo nada, ya se lo digo a Claudinita cuando viene a tomar el café. Si cantan en inglés, la cambio. Y así, de repente. Sesenta y ocho años tenía. Recién jubilado. Toda la vida trabajando y ahora que podía andar paquí y pallá pues nada. Será así. Qué le vamos a hacer. Esta leche da un regusto amargo. No sé yo si estará caducada. Voy a mirar la fecha del cartón. Ah, pues no, el veintisiete de este mes. Quedan tres días todavía. La leche así, sin pastas… pero bueno, me vale y me sobra. Total… pal’ hambre que tengo.

Si no padecía del corazón ni nada. Así, de repente. Y en la consulta del médico decían esta mañana que si era por el colesterol alto, que de joven había bebido mucho y comido mucho tocino. Anda, anda. Siempre buscándole tres pies al gato. No hay quien lo entienda y punto. Empeñados ahí con explicar lo que no tiene explicación. Pa’ consolarse ellos, claro. Una canción en inglés. Pues la cambio. Quita, quita, no me gusta nada el concurso este tampoco. El culebrón este sí. Ha de ser la tercera vez que lo veo, pero oye, a mí me entretiene. Qué mala está la leche. Se me olvidaría meterla ayer en el frigorífico. Cuando venga Claudinita le doy a ver, que pruebe y me diga. Se agradece el calor que sale del vaso. Es como una estufa chiquitica. Tiene que hacer un frío ahí fuera de tres pares de narices. A este paso, no espeja la niebla hasta el año que viene. Cada vez tengo peor los dedos. La artritis y la madre que la parió.

Menos mal que viene Claudinita a verme todos los días. Menudo aburrimiento, sino.

Viuda ella y yo soltero. Qué buena pareja haríamos. Sí, sí. Si no fuera porque a mí las mujeres ni fu ni fa... Que vaya ahí a la tele a buscar el amor, dice Claudinita. Que ahora son otros tiempos y dan igual los colores y los gustos y todo. Se ríe después con esos tres dientes que le quedan y me río yo también, claro. El amor, a estas alturas. Anda, anda. Yo soy de otra época. De cuando había que andar a escondidas. Con este que acaba de morir, una o dos veces estuvimos. Tampoco le gustaban a él las mujeres creo yo. Por eso zurraba a la suya. Por impotencia y por hacer lo que hacía todo el mundo. Pobrecico, menudo desgraciado.

Una cruz así de grande te ponían como te vieran con otro hombre. Nunca quisieron entenderlo mis padres. Poco menos que un apestado. Uy, poco menos. Poco más.

Menudo culambro tiene esa de la telenovela. Si la última vez que la vi no me parecía a mí que estuviera tan ancha. La tele, que engorda. Voy a comer una manzana y a dejar la leche. Está mala seguro. Mejor una manzana, que sino luego me voy por la pata abajo. Cuando venga Claudinita, a ver a qué le da olor a ella. Claudinita está tísica. Lo que le falta a ella le sobra a la del culebrón. Es solo hueso. Cualquier día se la lleva el aire. Así, de repente. Me lo dijo y me quedé helado. A ver si pasa a buscarme y vamos juntos al funeral.

Me acuerdo aquella vez que me preguntó que por qué tenía un tatuaje en la muñeca. Unas iniciales. No estaba casado él todavía. Nos las mandó poner mi padre, le dije, porque a él también se las habían puesto en la guerra. Quería que todos igual. Alguna vez quise recordarle lo de aquellas dos noches, pero me parecía de mala educación. No sé por qué. Ya suenan las campanas. Voy a limpiar la camilla que tiene que estar Claudinita al caer. ¿Ves? Ya suena el timbre.