Con frecuencia, en los últimos días, me he reprochado no haber estado atento al coloquio habitual de los plenilunios en el Congreso del ínclito presidente del Partido Popular, don Pablo Casado, que esta vez versara sobre el arte de la oratoria. Al señor Casado no le hace falta esperar a dar las campanadas de medianoche para que las musas lo inspiren, ha descubierto una vía infalible para comunicarse con el Empíreo y si permite anticiparse a todas las catástrofes originadas por los socialistas, su proverbial generosidad con el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, no tiene precio.

“Os iusti”. La boca del justo expone la sabiduría, su lengua explica el Derecho”. Viridis studiorum fructus (florido fruto de los estudios). ¡Aleluya!

Todavía flotan en el viento las notas musicales de su vibrante oración. Me recordó el discurso de Pericles nombrando a los caídos en la guerra del Peloponeso. “De victoria en victoria hasta la derrota final”.

Con la venia de su señoría, tengo para mí que su razonada oratoria iba dirigida solo a unos cuantos bienaventurados del universo terrenal de relevantes méritos intelectuales para que puedan elaborar un cuerpo de doctrina que guíe a la humanidad por la senda de la virtud, la libertad, la justicia social y la paz mundial. Porque la libertad, la justicia social y la paz no son, en sí mismas, virtudes, sino el efecto de una virtud, sobre todo de la voluntad.

Ni un paso, atrás, ajenos a las celadas del adversario o a sus zarpazos si osaren hacerle frente. Nada de astucia, no deben ignorar el poder de la fuerza en la lucha por el triunfo y la grandeza.

Pero, señor Casado, hay algo en su actitud que me inquieta porque me ha recordado la expresión de Clausewit. “La guerra es la continuación de la política por otros medios” y ya ve su excelencia a dónde nos guío en el último siglo. Oyéndole a usted tengo la impresión, debe ser que no le entiendo, que ahora la derecha ha concedido una prórroga a los españoles, que debido a su lenguaje sutil, los asistentes al coloquio tampoco entendían.

Me permito sugerirle, que siendo usted consciente del poder de persuasión de su elocuencia no debería haber paseado su “coño” por el Hemiciclo como Laocoonte y sus hijos en la escultura atribuida a Atanodoro hijo de Hagesandro. Laocoonte fue castigado por los dioses a morir estrangulado por serpientes de mar. Guárdese de los idus que amenazan la entrada triunfal del nuevo año. Me recuerda la marcha triunfal de Aida, la ópera de Verdi. Radamés, el protagonista, es sepultado en vida en una tumba de mármol.

Debo admitir que no me queda más remedio que ser cortés con usted porque la guerra, concebida como un fin en sí misma, el que la promueve tiene más posibilidades de alcanzar la victoria que los que tratan de moderarla con adjetivos políticos. Ya sabe que a mí me fascina la poética de la batalla. Ni un paso, atrás, ajenos a las celadas del adversario o a sus zarpazos si osaren hacerle frente. Nada de astucia, no deben ignorar el poder de la fuerza en la lucha por el triunfo y la grandeza. Porque si la paz hace más felices a los pueblos ¿dónde queda el campo de batalla de los hombres poderosos?

Sosiéguese, su señoría, porque yo no entienda sus razones y siga ordenando al coro que es corta la andadura para acabar con la débil resistencia del adversario.

Feliz año venidero.

(*) Portavoz del PSOE en el Ayuntamiento de Peñausende.