Para quien lea estas líneas, no es de obligado cumplimiento el creerlas, pero yo cuento los hechos cómo y cuándo me ocurrieron. La interpretación de cada uno es muy personal.

Ocurrió en el mes de abril de 1985. En aquella época mi esposa Paquita estaba en tratamiento de cancer y cada ocho o diez días teníamos que ir a Madrid.

En uno de estos días que regresábamos de la capital y, aunque siempre volvíamos con esperanza, pues el médico nos despedía con un “váyanse tranquilos”, nosotros lo veíamos de otra manera.

Paquita no mejoraba y con esta esperanza frustrante y nuestra preocupación hacíamos el viaje de vuelta a Zamora casi todas las semanas. Eran las 19.30 horas del jueves 15 de abril de 1985, cuando salíamos de Madrid.

En una de esas curvas el aparato cambia de rumbo y se coloca encima de nuestro coche a una distancia de muy escasos metros. Yo ya no podía conducir, Paquita llorando y el aparato con un ruido que nos volvía locos. Esa luz no nos dejaba ver nada

El viaje, como todos, se hizo pesado y largo. No hablamos, pero pensábamos lo mismo. Se hacía de noche y pasamos Arévalo, Tordesillas y llegamos a Toro. Cruzamos Toro y en el tramo de la bajada de la cuesta hacia Monte la Reina, vemos muy lejos en el margen izquierdo del río una pequeña luz entre amarilla y azul muy brillante. Los dos la vimos, pero no le dimos importancia. Pasamos Monte la Reina y vemos que la luz es más grande. Que ha avanzado y cruza el Duero cerca de la Granja Florencia y sigue hacia Fresno de la Ribera, que es por donde tenemos que pasar. Pasado el pueblo vemos que la luz es de un gran tamaño y cubre un aparato que, por su intensidad, no nos deja ver. Se nos pone en paralelo por el lado derecho del coche y nos acompaña hasta las curvas que hay a la salida del pueblo hacia Zamora.

En una de esas curvas el aparato cambia de rumbo y se coloca encima de nuestro coche a una distancia de muy escasos metros. Yo ya no podía conducir, Paquita llorando y el aparato con un ruido que nos volvía locos. Esa luz no nos dejaba ver nada. Yo , como un autómata, conseguí conducir muy despacio hasta la chopera de Coreses, y en un espacio de descanso para coches tuve que parar, y en contra de la voluntad de mi mujer, que estaba pasando una fuerte crisis nerviosa, decidí bajar.

En cuanto puse un pie en el suelo, el objeto pegó una estampida y con el mismo ruido ensordecedor y la misma luz deslumbrante, subió verticalmente hasta que dejamos de verlo.

¿Signos humanos? Ninguno.

Y yo también me pregunto ¿quién estaba detrás de todo esto?, ¿de dónde procedía? Preguntas sin respuesta.

Yo, por los años 80 era aficionado a leer textos sobre objetos voladores y, muy en particular, la saga de los Caballo de Troya de J.J. Benítez. En mi interior, nunca creí en la posibilidad de que otras civilizaciones nos espiaran. Después de aquel abril de 1985, ya no pienso de la misma manera. ¿Qué quieren de nosotros?

Al día siguiente procuramos volver a la vida real creyendo que fue un mal sueño. Pero fue real.