Empezaba a tener un cierto disgustillo porque veía pasar los días y los elfos parecían resistirse a asomar por el que ya se ha convertido en el tradicional anuncio de Navidad de El Corte Inglés. Sin los elfos no hay anuncio que valga. Es como el “vuelve a casa, vuelve por Navidad” de unos ricos turrones. Por cierto, al anuncio de este año, Lolita Flores y su familia le han dado un toque flamenco que, bueno, no me ha gustado mucho, pero para gustos se hicieron los colores y las canciones.

Menos mal que, una tarde, tenía la caja tonta encendida y, de repente, empezó a sonar una musiquilla que me resultaba familiar, ahí estaban una serie de voces infantiles diciendo eso de que “los niños somos elfos”. Oiga, como que se me quitó un peso de encima. Los grandes almacenes no me han fallado. Por si sus mandamases no lo saben somos legión los que estamos encantados con ese sonsonete de “soy un, elfo, soy un elfo”. Abundan entre su numeroso club de fans, muchas, muchísimas mamás y, lógicamente, también chavalitos y chavalitas.

Desde aquel: “Hola, soy Edu, ¡Feliz Navidad!” que nos persiguió más allá de estas entrañables fiestas, no habíamos vuelto a escuchar algo tan pegadizo. Por encima de las orejas picuditas de los elfos y los niños elfos, quizá porque todos llevamos un elfo dentro, estos diminutos seres con vestimentas rojas y verdes, además de cascabeles con los que parecen anunciarse, tenemos que saber que son los encargados de fabricar los juguetes y regalos navideños. Ellos, los elfos, son los leales y fieles ayudantes de Santa Claus, viven en el Polo Norte y, al igual que Santa, tienen poderes mágicos. Estos duendes navideños son una monada y los grandes almacenes españoles, a pesar de su nombre, han tenido un acierto que, afortunadamente, con ciertas variaciones, repiten una y otra Navidad. ¡Y que no dejen de hacerlo! Estos duendes navideños, nunca van a desbancar a los pajes de Melchor, Gaspar y Baltasar. En mi infancia tenían nombres propios: Carbonilla, Boquerón y Golondrina. Para estos no hay canción que valga pero bien cierto es que nadie puede sustituirlos en el recuerdo y en el corazón de los que, hace mucho, hemos dejado atrás nuestra infancia. De cualquier forma en estas cuestiones no hay xenofobia ni racismo que valga, los elfos del anuncio son bienvenidos al mundo de la ilusión.

A lo mejor si miramos bien, con ojos infantiles, podremos observar que por la calle también deambula algún personaje diferente, que a nuestros niños se les han puesto las orejitas un poquitín puntiagudas. ¡Son elfos! ¡Cuestión de imaginación!