Son las ocho de la tarde y cómo luce la plaza. Entre todos los resplandores alzamos la mirada hacia la segunda arcada de la fachada del Ayuntamiento, expandimos el gesto y se torna inevitable deslizar una amplia sonrisa para acompañar la felicidad del luminoso que confirma la llegada de la Navidad.

Sin duda feliz a pesar de todos los pesares de nuestros días. El desencanto por el presente y la angustia de futuro a menudo constituyen banderas grises de nuestras poblaciones, en las que muchos no estamos por la labor de enarbolar.

Seguro que no nos sentimos vacíos. Estamos consiguiendo pequeños avances en nuestro día a día acompañados, siendo conscientes, de muchos retrocesos. Pero no por ello perdemos la ilusión de seguir vinculados a un territorio en el que creemos y nos consideramos ciudadanos de este país aunque vivamos en pueblos.

Y es así que en este pensamiento firme y optimista avanzamos acompañados por la magia de la luminaria.

Bajamos por la calle de la Florida. Hoy con la niebla ese nombre se desdibuja aunque con mucho encanto. Así me lo confirma la siempre impecable fachada del número de Lola. Exterior e interior resalta espléndida, como es ella. La timbro y, a pesar del frío, sale a devolvernos el saludo tremendamente agradecida. Nos relata, orgullosa, que mucha gente le deja mensajes en el buzón de cariño y reconocimiento por mantener su casa, enclavada en pleno conjunto histórico, siempre viva con detalles elegantes y con un esfuerzo por innovar cada año para constituir un reclamo y obligada cita en todas las estaciones.

No perdemos la ilusión de seguir vinculados a un territorio en el que creemos y nos consideramos ciudadanos de este país aunque vivamos en pueblos

Continuamos hacia el esquinazo con la imponente fachada del Abad y desde el cristal observamos el juego de equilibrio del jardín vertical que nos recuerda a otros horizontes.

Y seguimos, no sin antes olvidar la dedicación y el buen hacer de una manchega con excelente gusto. Este año aparte de recrearnos en un coqueto hueco de la ventana donde se abriga un belén colorista, ha encintado los balcones con detalles que hacen las delicias de los más pequeños, porque también estas decoraciones están pensadas para el día. En ese rato también nos congratulamos con María.

Disfrutando todas las formas que se nos presentan cuesta abajo, nos damos cuenta de que hemos llegado al pilón y, con ello, estamos impacientes por descubrir el escaparate que ha preparado Isabel para este año. Y de nuevo nos vuelve a sorprender por su capacidad de innovar e imaginar en esta tienda multitodo (oasis para los más pequeños). En esta ocasión la ocurrente propietaria ha pensado en un arbolito puesto del revés colmado de adornos y, realizado con tanta gracia, que seguro marcará tendencia.

Seguimos admirando la dulce disposición de Carmen y cientos de destellos para alcanzar un lugar distinto y curioso. Un lugar que logra (con la oscuridad) hacerse bello a pesar de ser eterno reverso. Desde el acceso a la carretera de Calabor esta cara B, a menudo desdibujada y desconocida, luce encintada con los recintos murados que protegen las viviendas, dispuestas para alcanzar su calor como si de un sentido abrazo estuviéramos hablando.

Tras esta cálida recreación, regresamos de nuevo y encontramos bullicio de chavalería todavía en las terrazas, bendita juventud que aún nos queda.

Con este ambiente tiramos de avenida para alcanzar la vera del río Tera, haciendo caso a Miriam, la persona que más flashes acumula del Castillo. Y cuando estamos entre los árboles iluminados nos recreamos y somos conscientes de ¡qué razón tiene! Una estampa navideña constituye nuestro paseo entre los troncos enmarañados de leds. Un juego de laberinto donde volvemos de nuevo a la infancia (si es que alguna vez nos hemos ido) y en ese entrañable deambular emulamos un tablero que nos recuerda que en el año venidero aún estaremos de aniversario en la historia, que tanto por aquí veneramos.

Alfonso X, gran aficionado al ajedrez y componedor de nuestro fuero nos dejó una magna enseñanza: la sabiduría mayor es apreciar lo que se tiene para poder lograr lo que se quiere.

Y nos recogemos, que ya van llegando las diez a la Puebla de Sanabria.