Alguien me lo dijo ayer, casi a voces, cuando me crucé con él en la calle Santa Clara de Zamora: “Que no le des más vueltas, Celedonio, que al final pandemias como esta van a servir, con el tiempo, para reordenar territorialmente el mundo. Llegará un día en que se darán cuenta de que las aglomeraciones no son buenas, que pasa como con los topillos, que hay autorregulación…”. Lo dijo y se fue tan pancho, andando deprisa, y yo me quedé tonto maldiciendo mi prosopagnosia (tipo de agnosia visual que se caracteriza por la incapacidad de reconocer rostros que nos son familiares, intentando identificar a quien me había abordado con semejante frase.

Desde entonces, desde ese raro encuentro, no dejo de darle vueltas a la cabeza. Ya he descartado, por incapacidad, ponerle nombre a quien me espetó, así, de sopetón, la frasecita, pero no puedo olvidar el mensaje; y hasta empiezo a identificarme un poco con él. Pues, oye, que la reflexión tiene cierto sentido. Hay científicos que mantienen que en los próximos años y décadas nos vamos a tener que acostumbrar a convivir con pandemias como la actual porque el 80% de la población reside en monstruosos núcleos urbanos, inabarcables y por tanto insalubres, donde virus como el COVID- 19 se encuentran en su salsa y se van a extender como la pólvora.

Tras las dudas iniciales, empiezo a estar convencido de que llegará un tiempo en que, si se repiten las pandemias, como es probable, se abrirá un debate global sobre la ordenación territorial. Y entonces quizás se apueste por una reordenación demográfica más racional, potenciando ciudades medias y pequeñas, además de reforzar los servicios en el ámbito rural para que los ciudadanos puedan repartirse y vivir en espacios abiertos y menos contaminados, más protegidos contra los virus.

Y recuerdo la plaga de topillos de 2007 y las toneladas de clorofacinona en las huras. Y el acertado diagnóstico de algunos biólogos que clavaron el final de la brutal expansión poblacional de los roedores, que acabó autorregulándose por exceso de individuos. Como ocurre también con las plagas de conejos. Quizás si no viviéramos todos en los mismos sitios ayudaríamos a que no se extendieran las enfermedades. ¿Pandemias como el COVID acabarán impulsando la reordenación territorial? Sigo dándole vueltas a la cara del que me habló en la calle Santa Clara, ¿o no hubo encuentro? Maldita prosopagnosia.