¡Qué lástima!. Exclamaba un turista inglés. Lógicamente lo hacía en su idioma .“¡What a pity!”, repetía. Lo hacía en voz alta al objeto que pudieran escucharlo los demás componentes del grupo que recorría la ciudad. Se refería al deplorable estado de las fachadas de los edificios, infectados de pintadas, pero también, y de manera especial, a los lienzos de muralla ensuciados por los vándalos, como también a los muros de algunas iglesias. Se había desplazado desde su isla para conocer la ciudad europea con mayor cantidad de templos románicos. Comentaban en el grupo que las pintadas no contenían eslóganes, ni reivindicaciones, sino simples letras a modo de firma, o algún nombre aislado, lo que venía a demostrar la simpleza de sus autores.

¡Qué lástima!. Decía, en voz baja, un ciudadano japonés a su compañera de viaje. Se refería a los restos de muros y casas derrumbadas o venidas abajo que proliferaban por la ciudad, ¡Zannen! ¡Zannen! Le repetía su pareja. Quizás les recordaban los restos del antiguo Edificio de Exposiciones de Hiroshima, que los japoneses han dejado, sin reconstruir, en recuerdo de los estragos que causó la primera bomba atómica en aquel agosto de 1945. Aquí, en Zamora, afortunadamente, no nos han tirado ninguna bomba. Pero la ciudad se encuentra venida abajo, en parte por inacción de sus habitantes y en parte por abandono, o negligencia, de sus autoridades.

Son impresiones cogidas al vuelo durante el pasado “puente”. Cuando la ciudad se llenó de visitantes españoles, y también de extranjeros. ¡Qué lástima! Hubiera vuelto a exclamar el poeta zamorano que nunca quiso serlo, como fue León Felipe: “¡Qué lástima / que yo no tenga comarca / patria chica, tierra provinciana”. Nosotros, por el momento, si tenemos comarca, patria chica y tierra provinciana, pero quizás no esté lejos un tiempo en el que lleguemos a sentir lo mismo que el poeta, cuando decía aquello de que “llegué a nacer en un pueblo del que no recuerdo nada”. Porque la ciudad va desapareciendo, y lo que queda de ella no lo cuidamos.

Ha dado lo mismo que llevara las riendas municipales la derecha o la izquierda. Que se presentaran denuncias o no. Que se escribiera a los distintos alcaldes que han pasado por la Casa de las Panaderas. Que se hicieran públicos escritos quejándose de estos daños. Que haya habido vecinos plantándole cara a esos pandilleros que nada respetan. Todo eso no ha servido, porque no se ha tomado ninguna medida por quienes les corresponde hacerlo. Y es posible hacerlo. Porque en otras ciudades (algunas muy próximas a la nuestra) han conseguido erradicar ese cáncer. Pero aquí, en nuestra patria chica la indolencia ha sido el factor común de los alcaldes, ya que ninguno y ninguna han sido capaces de coger al toro por los cuernos, como sí lo han hecho en otras partes de España. Porque existen tecnologías que permiten controlar los desmanes, y procedimientos administrativos para evitar que los propietarios de edificios hagan con ellos lo que les viene en gana, derruyéndolos y dejando abandonados los solares, transformando la ciudad en una cochambre.

No es de desear que el Ayuntamiento siga la pauta que están marcando quienes manejan los hilos del Gobierno Central y de las Autonomías, incapaces de aceptar que hay gente que está en condiciones de aportar interesantes ideas y proyectos

Hace un par de semanas un partido en la oposición municipal (PSOE) ha presentado un programa (al menos así lo llaman ellos) bajo el eslogan de “Pintamonas”, que incluye la localización de gran parte de las pintadas que ensucian Zamora. Tomar conciencia de que existe un problema irresuelto, como ha hecho ese partido, es un paso adelante, aunque no suficiente. Algo es algo. Pero da la impresión que no han tomado suficiente conciencia de la gravedad de la situación, ya que dicho informe dice que “busca evitar que las pintadas y firmas callejeras pasen de ser actos incívicos aislados y se conviertan en un mal endémico de la ciudad”. Cuando lo cierto es que, desde principios de siglo, para nuestra desgracia, se trata de un mal endémico. El propio informe dice que se han localizado 700 pintadas en 500 lugares diferentes. De manera que es un error de bulto considerar tales cifras como casos aislados.

Esta plaga de pintadas ha ido empeorando año tras año, por haber cerrado los ojos ante lo evidente. Cuanto menos, se ha hecho la vista gorda, permitiendo la impunidad de los delincuentes. Porque, aunque suene un poco fuerte, el vandalismo además de una infracción, puede ser un delito, y quienes lo practican obviamente pueden ser delincuentes.

No se sabe que es lo que opina el alcalde sobre tal informe. Y parece exigible que debería hacerlo saber. Porque se trata de un tema de gran interés para cualquier zamorano que tenga como referencia a su patria chica, su comarca, y su tierra provinciana. Y en especial para el gremio hostelero, porque nadie duda que la industria turística es algo que puede aportar mucho a la economía zamorana, y la mugre que nos envuelve no es, precisamente, el mejor escaparate.

No es de desear que el Ayuntamiento siga la pauta que están marcando quienes manejan los hilos del Gobierno Central y de las Autonomías, incapaces de aceptar que hay gente, fuera de sus partidos, que están en condiciones de aportar interesantes ideas y proyectos.