Paseaba don Teobaldo por una conocida calle, portando en su mano diestra una cachava de medianas proporciones. Lo hacía por la acera derecha, tal y como se lo habían explicado en la escuela, en aquellos tiempos en los que al maestro se le respetaba, y no precisamente por aquello de ser tratado de usted. Sorprendía que tuviera que valerse del cayado para mantenerse en posición vertical, ya que hacía poco tiempo que había sido visto caminando, a buen paso, con el vigor que caracteriza a quien ha hecho deporte toda su vida. Pronto pude observar que no apoyaba el cayado en el suelo. Más bien lo iba balanceando, de un lado a otro, como si se tratara de un péndulo. Así que, no pude por menos de preguntarle el por qué de aquel bastón.

Don Teobaldo que pertenece a una época dura en la que se bebía aguardiente y se comía cecina, antes de ir al trabajo, me respondió con una pregunta: ¿Tú conoces las normas a seguir para poder circular con un patinete de tracción eléctrica? Porque, a resultas de lo que se ve por las calles, parece ser que la mayoría de la gente no está al tanto de ellas. Quienes los conducen no se cortan en hacer gala de un desdén altivo, pues unos circulan por las calzadas, otros por las aceras, y los más por espacios reservados a peatones; algunos, incluso, se lanzan a circular por alguna carretera. Hay conductores que llevan casco protector, otros no lo llevan. Aunque la mayoría circulan con un solo ocupante, no son excepción los que se desplazan con dos tripulantes.

Le respondí que no me parecía exigible que tales normas tuviera yo que conocerlas, ya que no hago uso de ese tipo de vehículo, aunque sí le admití que debería ser de obligado cumplimiento a quienes los manejan. A esta observación, don Teobaldo apostilló que le daba la impresión que, a diferencia de los automóviles y las motos, cuyos reglamentos son conocidos por sus tripulantes, los de estos otros vehículos lo hacen un poco a su aire. De hecho, algunas de sus normas son potestativas de cada ayuntamiento, de manera que resulta complicado estar al tanto.

Pero, si es así - le respondí - podrían ser distintas las de Zamora con respecto a las de Madrid, por poner por caso. Ha puesto usted un mal ejemplo, arguyó don Teobaldo, pues en esas dos ciudades tienen prohibido circular por las aceras, y también por los espacios peatonales, así que, no respetarse tales normas seria objeto de sanción.

Las denuncias, a toro pasado, son difíciles de concretar ya que, al no llevar ningún distintivo los susodichos vehículos, resulta difícil su localización. Especialmente cuando salen pitando tras un atropello.

En tan animada conversación convinimos no ser partidarios de hacer cumplir las normas y reglamentos a machaca martillo, aunque no dejamos de reconocer que cualquier otro modo corre el riesgo de ser tomado a chanza, chacota o chirigota, pues cuando las obligaciones se dejan al albur, difícilmente llegan a respetarse. Y es que el respeto forma parte de la educación de cada uno. Y eso es algo que se tiene o no se tiene. Y si no se tiene no queda otra que poner en práctica otros métodos.

Llegado ese momento, hice ver a don Teobaldo que no aun no me había contado el por qué de blandir con su mano esa especie de garrote. Su respuesta no se hizo esperar. Me hizo ver que hacía unos días, paseando por una calle del centro de Madrid, observó que los patinetes circulaban por las aceras, en tropel, más o menos como los elefantes de Aníbal. Así que no se recató de intervenir, reprochándoles tal comportamiento. Pero la reacción de los conductores, lejos de acercarse a la disculpa, se alejaba de ella increpándole con vocablos de esos que suelen escucharse en los momentos más álgidos de los partidos de fútbol. Por no faltar de nada, despotricaron contra el Ayuntamiento, viejo recurso que suele usarse, en sustitución del maestro armero. De ahí que decidiera buscar un método disuasorio. Y al final lo encontró en el bastón.

También me informó que, en Madrid, gran parte de los patinetes pertenecen a empresas que aprovechan el tirón para alquilarlos. Y que aunque en tales vehículos no luzca foto alguna de San Cristóbal (patrón de los conductores), si llevan, en lugar visible, una placa o pegatina, donde dice, entre otras cosas, que no pueden circular por las aceras, que solo están permitidos a los mayores de 18 años, que hay que respetar las normas de tráfico, que solo puede ir una persona por vehículo y que se debe llevar siempre puesto un casco protector. Pero da lo mismo, porque las infracciones se siguen cometiendo.

Las denuncias, a toro pasado, son difíciles de concretar ya que, al no llevar ningún distintivo los susodichos vehículos, resulta difícil su localización. Especialmente cuando salen pitando tras un atropello. De nada sirve que la autoridad les exija disponer de un seguro de responsabilidad civil a esos efectos.

Así que, en previsión de males mayores, don Teobaldo ha optado por enseñarles su cachava a la medida que se le acercan, ya lo hagan a base de escorzos o de saltos de caballo, porque no está dispuesto a resultar empotrado contra una pared, por mucho que ésta goce del honor de estar asentada sobre una muralla histórica.

Pero no todo el mundo es partidario de salir a pasear blandiendo una cachava, a modo de espada, como hace don Teobaldo – un hombre que no necesariamente será recordado por los poetas - como tampoco a contribuir a que sea de aplicación la ley de la selva. Así que, mientras la cosa se va normalizando, quizá la autoridad competente debiera instalar carteles explicativos en lugares visibles, que sin necesidad de usar vocablos de germanía, informen a los sufridos ciudadanos de sus obligaciones y derechos.