El Ateneo de Madrid fue una gran institución. Una institución en Madrid pero mucho más allá de Madrid. Una institución hecha de 50 provincias y de dos ciudades autónomas. Una institución que, en gran medida, fue icono del saber, de la cultura y de la ilustración gestada y germinada en España. Sin embargo, llevaba demasiados años languideciendo, con cara demacrada, con el cuerpo mortecino.

Los zamoranos bien recuerdan los vibrantes miércoles en los que Agustín García Calvo dirigía la tertulia política en la que se diseccionaba, sin compasión, el devenir político, social y cultural del país. En noviembre de 2012 dejó de latir el corazón del poeta, del dramaturgo, del profesor y del traductor zamorano. Y, con él, también desapareció el poco oxígeno que ya le quedaba al Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid (su nombre completo).

Lejos quedaron los meses dorados de la Docta Casa, cuando, por ejemplo, en marzo de 1923 el biólogo marino Odón de Buen presentó a Albert Einstein en el Ateneo madrileño. O cuando al frente de esta institución estuvieron nueve presidentes de España, como Cánovas del Castillo y Manuel Azaña. O cuando la actriz Sarah Bernhardt, el político Joaquín Costa, los filósofos José Ortega y Gasset y Miguel de Unamuno, la política Clara Campoamor o el escritor Valle-Inclán nutrían con su savia sus tabiques y sus dinteles, al igual que lo hicieron Fernando de los Ríos y Gregorio Marañón. O cuando los premios Nobel españoles eran parte intrínseca del lugar. O cuando en los años 80, tras la terrible dictadura de Franco, llegó a tener vitalidad institucional y más de 6.000 socios (ahora son 2.000). Todo eso se estaba desvaneciendo.

Necesita dar entrada a más Agustines García Calvo que polemicen constructiva e inteligentemente y que ocupen sus salas. Necesita que el espíritu ilustrado que lo inauguró en 1820 rebrote.

Afortunadamente, el pasado mes de mayo el Grupo 1820, liderado por el sociólogo Luis Arroyo, se alzó con la victoria en las elecciones a siete cargos de la junta directiva del Ateneo de Madrid. En apenas medio año, la presidencia de Arroyo ha dado sus frutos y ha comenzado a cambiar la terrible tendencia al ostracismo que lastraba al que fuera un faro científico y cultural. Desde mayo, más de 300 nuevos ateneístas se han incorporado al edificio de la calle del Prado 21. Es decir, por primera vez desde hace lustros, entran más socios de los que salen. El nuevo equipo ha generado casi medio millón de ingresos adicionales (reduciendo la onerosa deuda económica que arrasaba las cuentas), ha contratado un gerente para profesionalizar la dirección de la Casa y ha puesto en marcha una hermosa y elegante cantina como lugar de encuentro, donde reunirse a comer o a tomar unas cañas para debatir es un auténtico placer.

Y, por supuesto, grandes nombres empiezan a poblar de nuevo sus espacios: desde el escritor nicaragüense Sergio Ramírez hasta la multipremiada Rosa Montero; desde Juan Eslava Galán hasta Iñaki Gabilondo; desde Antonio Garrigues hasta José Álvarez Junco. Se organizan eventos a los que acuden la presidenta del Congreso de los Diputados, varios ministros, secretarios de Estado, reconocidos periodistas y destacados empresarios y académicos, así como políticos de todas las ideologías. Y el pasado mes de noviembre se colgó en sus paredes el retrato de Carmen Laforet, haciendo justicia para devolver el protagonismo aún no bien reconocido a las mujeres que hicieron brillar al Ateneo (sólo el cuadro de Emilia Pardo Bazán reposaba en sus muros, quien fuera la primera mujer admitida como socia, el 9 de febrero de 1905).

La salud general de la institución va mejorando poco a poco. Y el Ateneo inspira de nuevo esperanza. El Ateneo recupera su luz. Las bases del renacimiento de la Docta Casa están sentadas, pero hace falta consolidarlas. Necesita como el beber un nuevo Reglamento que ubique su frontispicio en el siglo XXI. Necesita dar entrada a más Agustines García Calvo que polemicen constructiva e inteligentemente y que ocupen sus salas. Necesita que el espíritu ilustrado que lo inauguró en 1820 rebrote. Necesita, en definitiva, volver a desplegar sus alas, las alas que le permitan volar todo lo alto que sabemos que el Ateneo de Madrid puede volar.

(*) Sociólogo y socio nº 33.139 del Ateneo de Madrid