Desde hace unos días todos nos hemos familiarizado con Ómicron, esa letra del alfabeto griego que permanecía en el anonimato, como si quisiera cederle todo el protagonismo a las Alfa, Beta, Omega y Pi, mundialmente conocido como 3,1416. De Ómicron no se hablaba, pero ha reaparecido para nuestro disgusto y alarma. Es el nombre dado a la nueva variante del COVID, es decir a la peligrosa continuidad de una pandemia a la que creíamos ya dominada. Ahora Ómicron está a todas horas en los informativos, en los periódicos, en las declaraciones de autoridades y expertos e, incluso, en las conversaciones de la calle. Las personas corrientes ya saben quién es Ómicron y cómo se las gasta. Y empiezan a temerle. Los virólogos aun desconocen el origen real de la mutación, lo que añade incertidumbre y miedo. ¿Nació en Sudáfrica como se dijo en un principio? Los sudafricanos lo niegan y han manifestado su indignación porque se relacione su país con la nueva variante. Aseguran que ellos sí fueron los primeros, pero en hacer pública la existencia de Ómicron para que todo el mundo tomara medidas. Es decir, no surgió allí, sino que allí se informó de él. Una versión más del problema, probablemente muy relacionada con el daño económico y el desprestigio que le ha acarreado a la citada nación.

La llegada de Ómicron a Europa y al llamado Primer Mundo ha obligado a ponerse en guardia y a adoptar posturas que parecían ya olvidadas: cierres de fronteras, toque de queda, pasaporte Covid, restricciones en bares y restaurantes… Y también han rebrotado los líos jurídicos, esas sentencias que al ciudadano de a pie dejan más que desconcertado. Jueces que dan luz verde a una cosa que otros jueces anulan; tribunales que corrigen fallos anteriores, que, a su vez, han sido validados en la comunidad de al lado. Perdidos en el embrollo, muchos no acabamos de entender cómo los magistrados rechazan en el País Vasco lo que dan de paso en Cantabria o en Castilla y León. Misterios del Derecho.

El caso es que Ómicron, sin pedir permiso a nadie y sin leer sentencias, se ha instalado ya entre la ciudadanía europea y ha hecho que recuperemos dos de las claves que daba la impresión que habían quedado un tanto relegadas a un segundo plano: precaución y vacunación. Respecto a la primera, no estorba recordar una y otra vez la importancia de las mascarillas, de la distancia social y de seguir todas las indicaciones de las autoridades sanitarias. La relajación no es buena para nada. Ni siquiera cuando nos parece que ya estamos salvados y que la infección es cosa de otros, no de nosotros ni de la gente más cercana, ¡faltaría más!

Lo de la vacunación tiene otra lectura, especialmente para los negacionistas. Cada vez se elevan más y más voces que piden dureza y castigos de diversa índole para quienes no quieran vacunarse. Ya lo están haciendo en Alemania, Italia y otras naciones. Hace unos días el gran actor José Sacristán pedía, indignado, que los hospitales cobraran a los enfermos de Covid que se hubieran negado a ponerse la vacuna. No es al primero al que se lo oigo. Estoy de acuerdo. Quizás la única forma de terminar con ese cerrilismo y esa irresponsabilidad es hacer que los interfectos se rasquen el bolsillo. El Bayer de Múnich descontará a su jugador internacional Kimmisch el importe de los días que esté de baja por la pandemia. Había rechazado la vacuna y pilló el virus. Dada la alta ficha del futbolista, le supondrá un pico.

La verdad es que por mucho que lo pienso no acierto a comprender esta postura. Conozco a algunos rechazadores. He discutido con ellos y no me han dado ni una sola razón válida, al menos para mí. Que si no se fían; que no sé quién le ha dicho que ha oído que no sé dónde ha fallecido uno que se había vacunado; que si todo es un negocio de las farmacéuticas; que si tienen más miedo a las reacciones de la vacuna que al COVID…Como reza el dicho, disculpas de mal pagador. El caso es enmascarar con excusas su egoísmo y su falta de responsabilidad. ¿Y si por su actitud se contagian otros, incluidos familiares o amigos? No es su problema. Y si esto se produce, pues ya veremos y siempre estará la Seguridad Social y los sanitarios para arreglar el desaguisado, algo, apostillo yo, que ya no podrán hacer con los muertos. Desde aquí, y desde todos los lugares, hay que insistir en la necesidad de vacunación y en señalar a quienes se nieguen a ella.

Y pedir a los gobiernos occidentales más solidaridad con el Tercer Mundo. En África solo está vacunada el 7% de la población. ¿Eso explica que las nuevas variantes vengan de allí? No lo sé, pero es probable. Que no olvide nadie este dato.