Desayunar en tu pueblo, trabajar en Madrid, y volver a tiempo para hacer la cena. El futuro ya está aquí, como cantaba Radio Futura en unos años en los que entre la capital y Zamora había una distancia casi galáctica y no solo física, un poco cuántica.

Esa canción pululaba en mi cabeza este miércoles, cuando me subí a ese tren distópico que tarda solo una hora entre el barrio Pantoja y la estación de Chamartín. No da tiempo casi ni a que se te enfríe el café, según cómo de hirviendo te lo sirvan, que suele ser bastante.

Mis trenes salieron y llegaron a tiempo, pero “el madrugador”, traicionando a su nombre, se retrasó casi una hora, me dijo una chica que volvía de Madrid con muchas ganas de pisar Zamora. Todos los vagones iban llenos: pongo bien arriba esta información para los de otros lugares más consentidos que siempre se quejan de que nos pongan transportes porque total como somos pocos. Háganme el favor.

Todavía no sé qué pienso sobre que ¿un cuarto? de España pueda ser de facto un barrio de Madrid. Emplear dos horas en ir y venir del trabajo es el pan de cada día de tantos trabajadores y estudiantes en tantos barrios y municipios aledaños a Madrid. Si no fuera por el precio del billete, ya estábamos ahí, encuentre las siete diferencias.

Los precios deben bajar, deben ser estables y debe haber abonos. Cuando eso pase, que me inclino por pensar que pasará, habremos sido convertidos oficialmente en un satélite de la capital del país

Sigo pensando que es insostenible esa acumulación humana y material en una ciudad (en dos, pero pongamos que hoy solo hablo de Madrid). Lo óptimo sería que se distribuyeran las personas, las oportunidades y las comunicaciones por todo el territorio en lugar de conectar todo con Madrid al servicio de Madrid por y para Madrid. Nadie parece estar por esa labor. Estar en serio, me refiero.

El otro día alguien se sorprendió de que su tren de Galicia pase por Zamora. En concreto me dijo: “¿No me digas que para ir a Madrid tengo que pasar por Zamora?”. Lo cual me chocó un poco -estamos en medio- y me hizo pensar que para algunas personas debemos de ser como los “flyover states” en Estados Unidos: territorios que solo existen para ser sobrevolados.

Pero resulta que esta vez sí hemos tenido chiripa y nos ha tocado en suerte un tren que, con todos los peros, nos traslada del salón a Madrid centro en una hora y nos lleva del secano a la playa de Vigo en apenas tres. Yo, personalmente, lo agradezco y lo celebro.

Claro que los precios deben bajar, deben ser estables y debe haber abonos. Cuando eso pase, que me inclino por pensar que pasará, habremos sido convertidos oficialmente en un satélite de Madrid. Se podrá trabajar allí y vivir en Zamora. No es lo ideal, pero es mejor que la estampida sin retorno, digo yo.

No comulgo con esta España pensada como un sol con centro en Madrid pero como buena zamorana no desprecio ni un rayo en el invierno y este tren lo es. Depende de todos aprovecharlo para bien, es decir, para vivir mejor, que es de lo que se trata.

Habrá que echarle imaginación y tendrán que poner voluntad política (con dinero, que sin dinero no es voluntad sino humo). Pero este tren aliñado con la expansión del teletrabajo podría ser una de nuestras soluciones. Que en muchísimos oficios no hace falta ir cada día a calentar la silla a una oficina ya quedó demostrado. Sillas, y más cómodas, también tenemos en Zamora.

No me caben en lo que me queda de columna los mensajes que recibo cada día de gente de mi generación que quiere vivir de otra manera. En concreto, no sentir que existen para pagar un alquiler insoportable. Si este tren sirve en el futuro para liberar a algunos de ellos, bienvenido sea.