“He perdido la fe, pero sigo rezando”. Con tales palabras respondía un palmeño que lo había perdido todo a una periodista que, en el curso de una entrevista que le estaba haciendo para una cadena de televisión, con el volcán “Cumbre Vieja” de fondo de pantalla, le preguntaba: ¿y ahora qué?

Si bien, a “bote pronto” no puedo entender tal contradicción, porque si alguien puede afirmar que ha perdido la fe no alcanzo a comprender qué le puede quedar para seguir rezando, espiritualmente sí creo poder concebir que cualquier persona, esté o no esté necesitada, pueda rezar en la esperanza de encontrar o sentir algo que le ayude a caminar, o le alivie el sufrimiento. La incógnita es ¿a qué, o a quién puede seguir rezando alguien que afirma haber perdido la fe?

Si yo hubiese sido un palmero de los muchos que han perdido todo lo que tenían, lo confieso, no sabría a que agarrarme para seguir alimentando mi fe, porque creo que cuando sufres una tragedia como la que ya todos conocemos

Aunque no soy nadie para dar consejos, por lo que he vivido creo que a veces la vida es tan cruel que lo único que puede darte fuerzas para seguir luchando es la fe. La fe en ese “dato estable” que cuando lo necesitas siempre está ahí, y que necesariamente no tiene por qué ser el mismo para todos los creyentes. Por eso, aunque no entienda muy bien el sentido de las palabras que oí pronunciar al palmeño que era entrevistado a las puertas del cementerio en el que, decía, tenía a sus familiares y amigos más queridos, y que, según reflejaban las imágenes de la tele, también había sido pasto de la lava ensangrentada que caía por las laderas del enfurecido volcán, lo que sí puedo entender es su desesperación y los motivos por los que, afirmaba, seguía rezando.

Las creencias religiosas son, todas, muy respetables, pues siempre sirvieron y siempre servirán para intentar dar sentido a lo que puede haber más allá de la vida terrenal; lo que no quiere decir que tengan base científica alguna ya que, como el propio sustantivo define, son solo creencias, pero, eso sí, creencias tan firmes que han servido para marcar, y en muchos lugares lo seguirán haciendo, el devenir de la historia.

Si yo hubiese sido un palmero de los muchos que han perdido todo lo que tenían, lo confieso, no sabría a que agarrarme para seguir alimentando mi fe, porque creo que cuando sufres una tragedia como la que ya todos conocemos, solo las fuerzas que a uno le puedan quedar, si es que le quedan algunas, y las ayudas con las que pueda contar, pueden hacer que sigas teniendo ganas de vivir o, simplemente, de rezar. Rezar para intentar seguir esperando que tus plegarias sean escuchadas porque si no ¿para qué?

Pero si uno confiesa que ha perdido la fe ¿a quién se pueden seguir elevando las plegarias cuando ya no se creé?

Tal vez la respuesta la puedan dar quienes creen en esas energías extrañas con las que un servidor aún no ha podido conectar, porque para quien esto escribe, el mundo espiritual es y está para que cuando puedas pensar que ya nada tiene sentido, ni nada merece la pena, porque estás confundido, o lo has perdido todo, la fe sea lo que te pueda ayudar a seguir caminando, o a “salvar” cualquier obstáculo, incluido el miedo a la muerte.

A mí, lo que siempre me ha servido para intentar mantener mi fe son las desigualdades que hay en este mundo en el que nos ha tocado vivir, pues son las que me hacen pensar que, o hay algo más que pueda compensar o equilibrar tanta injusticia, o estoy perdido. Por eso y solo por eso mantengo mi fe, porque no sería de recibo aceptar que unos solo nazcan para sufrir cuando muchos viven, o vivimos sin apenas saber lo que es mendigar, pasar hambre, sentir pánico… en definitiva, padecer.

Y he dicho: “en este mundo en el que nos ha tocado vivir” porque contemplando la inmensidad del universo, e intentando imaginar la vida que puede haber en el resto de “partículas” que, como el planeta Tierra, lo componen, no puedo por menos que asumir mi insignificancia y la de todos cuantos veo a mi alrededor, y pensar que es tal cualidad la más consustancial con la especie que conformamos.

Insisto, la injusta realidad es lo que da base a mi fe y la única respuesta que encuentro cuando al observar tanta tragedia, me pregunto ¿por qué?

Amigos palmeños, ya que el destino, esta vez, les ha jugado una malísima pasada, espero y deseo que la fe siga siendo el “báculo” en el que se puedan apoyar para seguir luchando. Si así no fuese, les deseo la mejor de las suertes y, si me lo permiten, les digo que rezaré por ustedes en Navidad, que es la fecha del calendario en que los que creemos en Dios celebramos su encarnación en la histórica figura de Jesús de Nazaret, que, según recogen los evangelios, fue el ser humano concebido por obra y gracia del Espíritu Santo que vino a este mundo para darnos ejemplo de vida y fortalecer nuestra fe.

En la esperanza de que cuanto ha quedado escrito sirva de ayuda para que los que puedan estar a punto de perder la fe encuentren razones para seguir rezando, una vez más pido disculpas a los que no compartan mis sentimientos, que en ningún caso pretenden ser más de lo que son, es decir, simples creencias que, al menos a mí, me valen.