A finales del siglo XVIII, el malestar en París y en toda Francia era enorme con protestas, enfrentamientos, represión. La reina María Antonieta, esposa de Luis XVI, vivía rodeada de lujo y exquisiteces en sus palacios y no entendía lo que pasaba ni lo que quería el populacho. Y cuentan que preguntó qué pedían los revoltosos. “Es que no tienen pan”, le contestaron. “Pues que coman pasteles”, respondió ella en un alarde de cinismo, frivolidad y vaya usted a saber qué más.

Me he acordado de esta anécdota al leer la reacción de Isabel Díaz Ayuso, esperanza blanca de la derecha hispana, a las peticiones de ocho presidentes autonómicos, entre ellos Fernández Mañueco, de una nueva financiación autonómica que contemple los costes reales de prestar servicios, como Sanidad y Educación, en regiones envejecidas, despobladas y con sus escasos habitantes dispersos en pequeños núcleos. O sea, todo lo contrario de lo que sucede en Madrid. La lideresa de la Puerta del Sol no hizo ningún esfuerzo por entenderlos ni por calibrar el alcance de sus problemas. Le da igual. Lo suyo no es la solidaridad, ni siquiera por sus raíces en el sur de Ávila. Lo suyo es la bronca, aunque tenga que sacudir estopa a los suyos, como bien sabe el propio Pablo Casado.

Ahí tenemos a la baranda madrileña cabreando a tirios y troyanos y obligando a gentes de su partido a matizar o a guardar silencio. Defenderla desde Galicia, Castilla y León o la sede de Génova, 13 es, por lo dicho, imposible

El caso es que tardó muy poco en responder a las peticiones de los ocho presidentes de comunidad reunidos en Santiago de Compostela. Y, al igual que María Antonieta, vino a decirles que si no tenían para comprar pan, que comieran pasteles. Es decir, que bajaran impuestos, que gastaran menos, que no expulsaran a la Guardia Civil de sus territorios y no sé qué líos con los idiomas cooficiales. (Nadie entendió estas dos últimas admoniciones ya que nadie ha expulsado guardias civiles de sus tierras y todas las comunidades reunidas, menos Galicia, tienen solo el castellano como lengua oficial; pero, ya saben, cuando Ayuso dispara le da igual donde dé; lo suyo es salir en primera página).

Y ahí tenemos a la baranda madrileña cabreando a tirios y troyanos y obligando a gentes de su partido a matizar o a guardar silencio. Defenderla desde Galicia, Castilla y León o la sede de Génova, 13 es, por lo dicho, imposible. Y los socialistas (Asturias, Aragón, Rioja, Extremadura y Castilla-La Mancha) y el cántabro Miguel Ángel Revilla han salido en tromba a replicar a doña Isabel y a reprocharle su falta de empatía, su ausencia de solidaridad con quienes no son tan ricos como ella y deben gastarse lo poco que tienen en atender a los escasos supervivientes que van quedando desperdigados en pueblos y aldeas, llanuras y montañas.

Algo parecido cabría decir de los presidentes socialistas de Extremadura y Rioja que no firmaron una declaración contra la prohibición estatal de poder cazar el lobo al norte del Duero. Si en Extremadura y Rioja no hay lobos, ¿por qué no se solidarizaron con las regiones donde el cánido causa graves daños a la ganadería extensiva? Me huele a que fue por peloteo con el Gobierno central, pero ahí lo dejo. Miguel Ángel Revilla se pilló un cabreo importante y lo resumió en una frase: “Si hay muchos lobos, no hay ganaderos; ¿qué hacemos con esa gente?, ¿los bajamos a Santander? Y Alberto Núñez Feijóo, anfitrión y buen gallego, terció en la disputa y agradeció a riojana y extremeño que no hubieran vetado el texto. No firmaron, pero dejaron que el documento saliera adelante con las otras seis rúbricas. Algo es algo. Y todo el mismo día en que el Gobierno aplazó la aprobación de la Estrategia Estatal para la Convivencia de las Actividades en el Medio Rural con el Lobo y su Conservación (por grandilocuencia que no quede). Y en vísperas de que los lobos mataran decenas de ovejas en Gáname y Torrefrades y mandaran a la ruina a otros dos ganaderos zamoranos. (No sé si Fernández Vara y Concha Andreu habrán visto los videos al regresar a Mérida y a Logroño).

No fue tampoco un buen gesto de solidaridad. Sí lo fue, en cambio, y por esas fechas, el de la sociedad gaditana con los trabajadores del metal que llevaban varios días en huelga y con protestas, incidentes y enfrentamientos con la policía. Sin entrar en detalles del conflicto (uno más cuando se negocian convenios colectivos) ni de si se propasaron manifestantes o policías, hay que reconocer el apoyo que Cádiz prestó a los suyos. Estudiantes, comercios, bares, asociaciones de todo tipo se pusieron del lado de los huelguistas y de sus reivindicaciones. Una sociedad viva.

¿Habrá algo similar en Zamora cuando el campo, los ganaderos, protesten? No me contesten ahora; háganlo después de la siesta.