Cosas de las que no se escribe en los periódicos o en los guiones para los informativos y programas de actualidad de las principales emisoras de radio y televisión, pero de las que sí se habla en la calle, en la barra de la cafetería, en la mesa y la sobremesa o en los descansos del trabajo. La distancia entre la España oficial y la España real toma dimensiones oceánicas en esta nueva era en la que es imposible poner puertas al campo de la información sobre los hechos que acaecen aquí o en el último rincón del mundo.

Los medios de comunicación se quejan a voces de que el gran público otorgue más credibilidad a la última tontería de uno de esos nuevos “influenciantes” sociales que al editorial de los primeros periódicos nacionales. Pero, y me enorgullezco de llevar ya catorce años escribiendo en esta histórica cabecera, antes o después de quejarse amargamente, deberían preguntarse qué hacen mal para que el ciudadano no los crea.

Polémico y discutible ha sido siempre el pacto no escrito pero sí suscrito por todos los medios de no hablar del grave problema de los miles de suicidios que se producen cada año

Cuando permiten que los políticos les marquen la agenda de los temas a tratar y hasta el lenguaje con el que han de proceder en determinadas materias están robándole al lector o espectador la posibilidad de creer en la independencia y el rigor que todos pregonan de sí mismos. Negándoles la obligación de veracidad y la propia expectativa ética en el desempeño de la profesión periodística.

Lo mismo cuando se tolera que los gabinetes de prensa de las instituciones, partidos políticos y sindicatos, convoquen ruedas de prensa sin preguntas o emitan notas por las que luego, levantando el teléfono, piden cuentas si no son reproducidas literalmente o con el énfasis esperado. Lo mismo cuando, por la especial relación personal o afinidad, convierte al periodista que debería trasladar las informaciones con ecuanimidad, profesionalidad y sentido crítico, en extensión del portavoz oficial; en vocero -qué magnífica palabra- del gobernante. O cuando sistemáticamente no se contesta a un medio por tener orientación ideológica distinta y el resto no solo callan sino que amparan al macarra de turno. Todo esto ocurre, cada vez con mayor frecuencia.

Eso además de la censura autoimpuesta porque el miedo guarda la viña. Polémico y discutible ha sido siempre el pacto no escrito pero sí suscrito por todos los medios de no hablar del grave problema de los miles de suicidios que se producen cada año. Absurdo el empecinamiento en no dar cuenta ni detalles de los hechos delictivos graves cometidos por inmigrantes. Que exista una publicación gubernamental titulada “Guía práctica para los profesionales de los medios de comunicación: Tratamiento mediático de la inmigración” en cuyas casi 50 páginas se dice cómo se debe manipular a la opinión pública jugando con el lenguaje, no es tan grave como que los medios la acojan y la acaten con fervor religioso.

En un momento en el que los delitos violentos, sobre todo los de índole sexual y contra los jóvenes, se han multiplicado por tres y la escalada continúa, es insultante que no se advierta de ello y se proteja con ello a nuestros y especialmente nuestras jóvenes, de las que tanto se habla en esta semana del día contra la violencia contra las mujeres.

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