Cuando en el pasado mayo el Obispado de Zamora anunció el cierre de las oficinas de la curia diocesana, sitas en el Palacio Episcopal, nadie pareció darse cuenta de la trascendencia de lo que estaba ocurriendo. La noticia que se dio a conocer en el sitio web de la diócesis se limitaba a señalar lo inevitable de la medida, debida a problemas estructurales en la techumbre del edificio, y a indicar que las distintas dependencias allí existentes se trasladaban a la antigua Casa de la Iglesia.

Unos meses más tarde, el 21 de octubre, la misma fuente oficializa lo que ya se venía oyendo, que el Palacio Episcopal sería la futura sede de un museo de tapices, proyecto que se venía fraguando desde el comienzo del año. En estas informaciones oficiales y en las aparecidas en la prensa se trasladaba la imagen de un proceso hasta cierto punto inevitable en el que prevalecían los aspectos positivos: Se iba a salvar un edificio en peligro, a mejorar la muestra de tapices, y a poner a disposición de los zamoranos en ese nuevo museo una cafetería con unas vistas inmejorables sobre el Duero.

Desde hace meses Zamora ha perdido otro servicio público, uno más, y conviene que esto se diga y seamos conscientes de lo que significa. No es un centro de salud, pero afecta también a la vida de los ciudadanos

Parece que no hubiera nada que objetar, sino es que, como tantas veces ocurre, por debajo de lo que se presenta como más obvio subyace otra realidad no tan atractiva. Con esta decisión se le quita a una parte de la ciudad ese poco de vida cotidiana que al entorno de la catedral le daban las oficinas diocesanas, se cambia un uso de siglos de un edificio singular, con la significación que esto tiene, quedan sin destino conocido unas dependencias del conjunto catedralicio dignas de conservarse, y lo que es más importante y aquí quiero resaltar, desaparecen sine die algunos servicios que estaban en ese palacio y que no han podido ser trasladados. Desde hace seis meses el Archivo Diocesano y el Archivo Catedralicio han cerrado sus puertas, impidiendo la consulta directa de la documentación, con lo que eso supone de paralización de trabajos ya comenzados y la imposibilidad de abordar o completar nuevas investigaciones que requieran de esos fondos documentales. Y algo parecido ocurre con la Biblioteca Diocesana y, si no me equivoco, con el Taller de Restauración.

Sobre esta realidad no he hallado más noticia que una escueta nota publicada en la misma web: Sentimos informar que los archivos diocesanos se cierran a la consulta sine die, a partir de 1 de junio, por obras en el edificio del Palacio Episcopal. Sólo se entenderán (sic) las peticiones motivadas por un procedimiento administrativo.

La diócesis de Zamora fue en su momento una avanzada en la tarea de salvaguarda y divulgación del patrimonio documental eclesiástico. Fue en 1983, durante el episcopado de monseñor Eduardo Poveda, cuando se dispuso la creación y puesta en funcionamiento del Archivo Histórico Diocesano, la concentración en el mismo de los archivos parroquiales de la diócesis, y la apertura a la libre consulta. Poco después se trasladó al palacio el Archivo de la Catedral compartiendo servicios con el Diocesano, formando de esa manera una nueva infraestructura cultural abierta a la sociedad, un conjunto extraordinario que ha sido ampliamente utilizado a lo largo de todos estos años permitiendo un avance notable de la investigación histórica y respondiendo al interés de una creciente demanda, que sus responsables cifran en más de siete mil consultas anuales. Este 2021 ya no serán tantas.

Curiosamente no hemos podido leer una sola línea sobre qué va a pasar con el archivo. Se nos ha informado sobre cuál va a ser el futuro de los tapices catedralicios, que de momento siguen pudiendo ser visitados, pero el silencio se cierne sobre el destino del conjunto documental, más allá de la realidad de su cierre. Quiero suponer que la voluntad de sus responsables es resituarlo en otro lugar y volverlo a abrir, pero también deduzco que no tienen ni mucha prisa ni muchas ideas al respecto, si tenemos en cuenta lo que no nos dicen. Espero que sí lo hayan hecho a esas autoridades que tan satisfechas han quedado cuando les han hablado del futuro del Palacio Episcopal.

Lo cierto es que desde hace meses Zamora ha perdido otro servicio público, uno más, y conviene que esto se diga y seamos conscientes de lo que significa. No es un centro de salud, pero afecta también a la vida de unos ciudadanos que tienen allí parte importante de la información con la que hacer su historia y formar su memoria colectiva, por lo que creo que la ciudad, y el resto de la diócesis, deberían demandar al obispo de Zamora una rápida solución. También deberían hacerlo todos aquellos con interés directo y que sorprende no se hayan manifestado públicamente: los investigadores, las asociaciones profesionales o los institutos de investigación.

El archivo fue un mérito de la iglesia diocesana, que entonces parecía saber y valorar que el archivo era un testimonio único de su propia realidad institucional y de su actividad en el tiempo, pero también es cierto que contó con el apoyo de las administraciones públicas, que invirtieron el dinero de todos para garantizar una mejor preservación de ese patrimonio documental y su libre utilización. Los actuales responsables diocesanos han de tener esto en consideración y los dirigentes públicos actuales también deberían advertirlo y empujar para que esta situación no se eternice.

No se me ocurre mejor ejemplo de mala administración que aquella que no mantiene los servicios necesarios. Esto se lo reclamamos a voces y con poderosas razones a los poderes públicos en asuntos como la sanidad y la educación, y también hay que pedírselo a la Iglesia en este caso, que debe ser consciente de su responsabilidad sobre un patrimonio que es de todos, aunque ella lo gestione. No debemos dejarnos sugestionar por lo espectacular y olvidar lo esencial. Hemos de tener en cuenta que los archivos no solo son un bien patrimonial que debe ser conocido, sino que son una pieza clave para comprender el por qué y el para qué del resto de los bienes patrimoniales que son más visibles. Es en ellos donde se encuentra la explicación de buena parte de lo que son y significan esos tapices, esculturas, palacios, iglesias o retablos, que difícilmente pueden ser bien explicados sin la ayuda de los documentos, pero, sobre todo, sin la mirada que sobre ellos echan los estudiosos. Y eso ahora en Zamora ya no es posible hacerlo.

(*) Historiador