Cada 20 de noviembre celebramos el Día Universal de la Infancia. Seguro que ya lo sabían, pero lo recuerdo por si acaso. Dice Unicef que “es un día de celebración por los avances conseguidos, pero sobre todo es un día para llamar la atención sobre la situación de los niños más desfavorecidos, dar a conocer los derechos de la infancia y concienciar a las personas de la importancia de trabajar día a día por su bienestar y desarrollo”. ¿Quién no puede estar de acuerdo con unas palabras tan sensatas y bienintencionadas, que reclaman nuestra atención y que nos obligan, al menos en teoría, a pensar y a hacernos algunas preguntas? Piensen, por ejemplo, en los niños y las niñas que conocen, con los que conviven habitualmente, con los que se cruzan en las calles, con los que corretean en los parques y jardines, con los que caminan cada mañana hacia los colegios o con los que disfrutan de las actividades de ocio y tiempo libre durante los fines de semana. ¿A que es maravilloso y casi mágico conocer y compartir sus experiencias?

Algunas personas (tal vez la inmensa mayoría) sentirán nostalgia de su infancia y otras (tal vez la inmensa minoría) no guardarán buenas sensaciones de aquellos tiempos que se prometían felices y que, sin embargo, no lo fueron tanto. Para comprobarlo, hagamos, como en otras ocasiones, un juego de simulación. Piense en su infancia: ¿qué recuerdos aterrizan en su memoria? Dedique unos minutos a recordar, cierre los ojos si es necesario y, si le apetece, seleccione media docena de acontecimientos que, desde su punto de vista, hayan sido muy significativos. Y si tiene un papel a mano, anótelos. Pues bien, ¿con cuáles se quedaría? No olvide que esos recuerdos que ha recopilado pueden haber sido positivos o negativos, pues tantos los unos como los otros son hitos significativos que han dejado huella y que están ahí para recordarnos quiénes somos, de dónde venimos, qué hemos vivido y cómo nos hemos sentido en cada momento. Estas vivencias, que son como las marcas de nuestra identidad personal, siempre viajarán con nosotros.

El problema es cuando los resultados del juego de simulación son poco divertidos. Por ejemplo, nunca como en estos tiempos, las diferencias entre los niños y las niñas han sido tan significativas. Quienes han nacido y crecido en los países menos desarrollados apenas pueden saborear el bienestar y las condiciones de vida que disfrutan los chavales de los países más avanzados, como España. A nivel mundial sabemos que existen 160 millones de niños y niñas explotados. Sí, he escrito bien: 160 millones de chavales que saben perfectamente qué significa la esclavitud de ser niño porque en muchos países los trabajos forzosos forman parte, junto a la trata o la vida en un grupo armado, de la rutina diaria. Pero no tenemos que ir tan lejos para descubrir historias de vida tan dramáticas. Aquí, a pocos metros de donde usted vive, viven niños y niñas cuyas necesidades básicas están lejos de ser satisfechas porque las condiciones familiares no se lo permiten. Estos chavales están siendo privados de su infancia. Y no hay derecho.