Este es el título del libro que recientemente ha publicado don Rogelio Prieto Girón. Conozco la historia, la formidable historia de este sacerdote ejemplar, que abarca todas las historias que, con la humildad qué le caracteriza, las califica como “ pequeñas”.

Nada más terminar de leerlo tuve la tentación de hacer una exégesis literaria del mismo porque tiene tanto corazón que tiró del mío como una dulce querencia. Pero enseguida me dì cuenta de que esa tarea no me correspondía a mí porque requiere seguir una sistemática y observar una gran precisión en el lenguaje si no se quiere descender a ditirambos vacuos faltos de objetividad y, sobre todo, porque este trabajo ya lo había hecho con mucha más autoridad literaria que yo, Juan Manuel de Prada en el prólogo.

Todos parecían hijos de la misma madre y la pobreza creaba armonías de silenciosas sonrisas y de complicidades inocentes y aunque todos estuvieran mal vestidos parecían aureolas de fulgores como santos que se encaminaban a un vecino paraíso

Por esta razón y porque D. Rogelio Prieto Girón se merecía mucho más de lo que yo podía aportar si lo hubiera intentado, me voy a limitar a dar unas pinceladas a vuelapluma a modo de documento notarial para resaltar la influencia social, personal, pedagógica y pastoral que ha tenido este sacerdote a lo largo de su vida en la sociedad zamorana.

Corrían, ó mejor dicho, se arrastraban los años 36 cuando Rogelio Prieto llegó al mundo en un pueblecito de Castilla, Cubillos del Pan. Y tuvo la suerte de nacer en el seno de una familia cristiana, trabajadora y honrada que como diría Gabriel y Galán, aprendió en el hogar donde se funda la dicha más perfecta. Un pueblo donde la vida principalmente labradora era la única industria de su suelo y aunque eran años terriblemente difíciles, su padre, trabajador incansable, como tantos otros labriegos de la época tuvo que reconquistar los campos sembrados de espinos, zarzales, pedruscos y deudas que fue la herencia que nos dejó la guerra civil entre hermanos, para convertirlos en sembrables para que ni en su casa ni a nadie nos faltase el pan ni en ninguna iglesia la harina del Sagrario.

Todas las personas de aquella época se ayudaban unos a otros. Todos parecían hijos de la misma madre y la pobreza respetable creaba amistades inesperadas armonías de silenciosas sonrisas y de complicidades inocentes y aunque todos estuvieran mal vestidos parecían aureolas de fulgores como santos que se encaminaban a un vecino paraíso. Y en este ambiente fue creciendo don Rogelio y según nos cuenta en su libro fue totalmente feliz porque, aunque tuviera pocas cosas materiales tenía el inmenso cariño de sus padres que se entusiasmaban viéndole aporrear, corral adelante, el tamboril de hojalata que aquel año le habían dejado los reyes.

Siendo aún muy niño tuvo que abandonar el hogar paterno para ingresar en el Seminario. Eso supuso un desgarro que se notaba en los ojos de aquellos padres qué. en las largas noches de invierno, con la mirada perdida entre las brasas de la lumbre de jaras y manojos, repasando las cuentas del rosario, no lo podían apartar de su memoria mientras el aire silbaba por el ojo de la cerradura. Los años del seminario y todo lo que viene después lo cuenta él de forma magistral en su libro con una minuciosidad que me recuerda a José María Pereda cuando describe el paisaje de su Santander cántabro sin dejar ni una brizna sin describir.

Te recomiendo que lo leas, no solo por eso ,sino también por qué en estos tiempos tan convulsos que vivimos en los que cada día nos despertamos con trágicas noticias, qué bien te hará abrir “Comienzo a escribir una pequeña historia” por cualquiera de sus páginas para que te des cuenta de que el Señor de la historia de la vida hace las cosas bien aunque a veces no lo entendamos porque sus tiempos no coinciden con los nuestros y que después de las catástrofes seguirá mandándonos flores cada primavera, un amanecer cada mañana y una puesta de sol cada tarde y este libro que es la trayectoria de Don Rogelio Prieto Girón, sacerdote ejemplar, te dará fuerzas para seguir adelante cada día porque es un canto de amor y de virtud, himno de vida, abrazo al humilde, pan sabroso, beso de niño, llanto de madre, consuelo para las lágrimas y luz para el camino. Y cuando tengas mil razones para estar triste, abre este libro y verás que tienes mil y una razones para ser feliz . Por todo ello cuando veas a don Rogelio Prieto Girón camino de la iglesia, de su iglesia de Nuestra Señora de Lourdes, forzosamente tendrás que pensar y que decir, ahí va un sacerdote ejemplar que por su trayectoria intachable y por haber regalado todo su tiempo qué es lo mismo qué decir por haber regalado toda su vida a los demás en pleno siglo 21 es un milagro de los grandes milagros del Señor. Los que le conocemos nos sentimos orgullosísimos de poder llamarlo amigo y Zamora un día se sentirá orgullosa de contarlo entre sus hijos. De hecho, hoy ya lo reconoce.