Sí. Contra el vacío y la soledad de nuestros pueblos no se debería adoptar la postura de víctimas sino la actitud de lucha por una justicia esquiva que hoy los discrimina y los aparta de la sociedad del avance y del bienestar, les niega el derecho a la integración y a la igualdad en servicios y atenciones, y los condena a la muerte. Por supuesto, para ello es necesario que todos estemos unidos. Pero ¿ qué todos?

En estos pueblos viven muy pocos ciudadanos, la mayoría de ellos mayores que ya no tienen ganas ni fuerzas para luchar más, porque es lo que han hecho siempre, luchar por la supervivencia en unas condiciones muy hostiles y un destino perverso. En soledad consigo mismas, sin guía y con poco amparo de las instituciones.

Cuando desde la ciudad vuelvo al pueblo, me invade una oleada de contento y de esperanza por el encuentro entrañable con mi gente, y con mi tierra, con los lugares queridos de mi infancia, los recuerdos de las alegrías vividas y mis sueños encriptados en el fondo de mi ser, que a veces aún espero ver cumplidos. ¡Pobre Soñadora!

Vuelvo a mi paraíso y las imágenes bellísimas del entorno toman mi mente y la emborrachan de un placer espiritual intenso y hondo.

Contemplas sin querer, los solares vacíos, los memoriales de los que se fueron, los silencios, los caminos estropeados, las paredes caídas, el agua por doquier porque los cauces se cegaron y las lagunas se colmataron sin piedad.

Pero pronto surgen las sombras de las carencias, de las ausencias y de la transformación y muerte surgida hace seis décadas que no ha hecho más que alejarnos del paraíso. En un recorrido por sus tres kilómetros de longitud se puede comprobar la soledad de sus calles, no se encuentra la mayoría de las veces, ni una sola de las personas que lo habitan, tal es la escasa densidad de su población que entonces era intensa, cercana y presencial a todas horas de todos los días del año. Y empieza a invadirme la tristeza de la soledad y la nostalgia. Y recuerdo las escenas de la novela La lluvia amarilla en la que nuestro escritor Julio llamazares nos advirtió ya en los años ochenta, el drama rural que se avecinaba.

Contemplas sin querer, los solares vacíos, los memoriales de los que se fueron, los silencios, los caminos estropeados, las paredes caídas, el agua por doquier porque los cauces se cegaron y las lagunas se colmataron sin piedad, las fuentes se abandonaron. Los animales andan sin pastor, los edificios públicos aviejados, basura por las calles y el respeto a las normas muy desdibujado.

Poco a poco, o de golpe, sientes una enorme frustración y pesar.

Con todo, lo peor creo que es la monotonía y el individualismo imperante. Todos los días son iguales, martes, miércoles, domingo. Uno igual a otro y el otro al siguiente. Ni un solo acto de comunidad, ni concejos donde los vecinos pudieran compartir y expresar sus propuestas y sus anhelos e intereses comunes, ni una sola actividad cultural y ya ni misa que, a parte del aspecto religioso, cumplía la importante misión del encuentro, la participación comunitaria y la atención espiritual en compañía . Nos abandonan en todos los aspectos. Se van cerrando todas las puertas y cada uno de nosotros también se va quedando deshabitado, en soledad y con una enorme necesidad de amparo y de consuelo.

Se echa de menos la solidaridad, la buena conversación, el encuentro gozoso, el lleno de nuestros lugares, el sentido de la pertenencia al grupo, el afincamiento en el territorio querido, el jolgorio de los niños en el patio de la escuela, cerrada y reconvertida en un ambulatorio en que una vez a la semana, no siempre, un médico que viene de fuera y con prisa, intenta atender a los pacientes, y un espacio infravalorado de reuniones y actividades sin personal ni para una cosa ni para la otra.

Aunque vayamos con frecuencia allí casi todos estamos de paso, vamos y venimos manteniendo a duras penas los últimos vestigios de una cultura y unos valores que van muriendo con los supervivientes.

De vuelta a la ciudad, la desesperanza y un sentimiento intenso de desarraigo y desprotección me invade. Hasta la próxima vez, porque volveremos para ver a nuestros amigos mayores, las montañas multicolores y nuestro lago-cementerio, sereno y cómplice, la tumba de nuestros padres y amigos y nuestro pueblo que agoniza en su esencia y en su supervivencia.