Van ya ocho días de discursos, reuniones, declaraciones, promesas y demás, pero poca chicha, muy poca. Falta otra semana de “cumbre” y las esperanzas de acuerdos importantes y vitales son mínimas. Y eso que están en Glasgow representantes de casi 200 países. Y eso que ya han pasado por la ciudad escocesa los principales líderes mundiales, menos los presidentes de China y Rusia. Y eso que todos coinciden en que la situación es peligrosa, alarmante, que la Tierra no puede seguir calentándose porque nos jugamos el futuro de la Humanidad. Y eso que el secretario de la ONU, el portugués Antonio Guterres fue duro y contundente en el discurso inaugural: “Estamos cavando nuestra propia tumba”. También dijo: “Basta de tratar a la naturaleza como un váter; basta de quemar, perforar y minar nuestro camino”. Le aplaudieron mucho. Sus palabras fueron portada en los grandes medios de comunicación del mundo. Políticos, expertos en el clima, ecologistas, etc, etc destacaron el acierto y la valentía del secretario de la ONU para poner el dedo en la llaga y avisar de lo que nos espera a todos, eh, a todos, si no se toman medidas serias contra la contaminación.

Pero, claro, una cosa es predicar y otra dar trigo. Una cosa son las buenas palabras y otra los hechos. Por si hubiera alguna duda, lo estamos volviendo a comprobar en Glasgow. Por ejemplo: si se cumplieran las promesas de los países, el calentamiento se quedaría en 1,8 grados, es decir muy cerca de lo previsto en París en 2015, donde se hablaba de una subida del calor de hasta dos grados. Hubo euforia generalizada por los acuerdos y los compromisos adoptados. Se había salvado el planeta. Seis años después, la situación es más grave. Y sin tendencia a mejorar. Cada décima de aumento de la temperatura supone fenómenos extremos: olas de calor, inundaciones, sequías y “filomenas” varias y desconocidas hasta ahora.

Por eso hay mucho escepticismo sobre los resultados de Glasgow. Y, especialmente, sobre su aplicación práctica, es decir los representantes de los países firman lo que sea, pero, a su vuelta a casa, no lo cumplen, o lo cumplen a medias, o lo dejan para más adelante o alegan, y con razón, que las naciones pobres o en vías de desarrollo no pueden permitirse los mismos lujos que los países ricos.

Cada décima de aumento de la temperatura supone fenómenos extremos: olas de calor, inundaciones, sequías y “filomenas” varias y desconocidas hasta ahora

–Y es que una cosa es Europa o los Estados Unidos y otra Gabón, Zambia o Haití; vaya usted a decirle a las gentes de estas naciones que hay que cerrar las industrias, que ni siquiera tienen, porque emiten mucho CO2; te tiran con lo que tengan a mano y te dicen que no están para exquisiteces, que lo primero es comer, razona el señor Nepiano.

–Ya, pero algo habrá que hacer porque todos los entendidos en la materia están avisando de que vamos derechos al fin del mundo, que o paramos los humos o esos mismos humos nos paran a nosotros, reflexiona el señor Leudastes, que aun confía en que los de Glasgow lleguen a un acuerdo sensato y realizable.

–Pues yo no tengo confianza ninguna; van 26 cumbres y no sé cuantas reuniones parecidas y estamos como estamos, apunta el señor Nepiano.

–Pero no podemos quedarnos quietos y seguir así, que nos vamos al hoyo sin solución alguna y dejamos la Tierra hecha un asco, replica el señor Leudastes.

Es muy resumida, y en versión de andar por casa, la misma discusión de Glasgow, el debate entre los que aprietan para bajar la emisión de gases y, por tanto, frenar el calentamiento del planeta, y los que ponen reparos o quieren rebajar las medidas porque en su zona no pueden permitírselo. O prefieren no hacerlo para mantener el crecimiento, caso de China que sigue usando sin cortapisas el carbón como fuente de energía. Y ahí tenemos también a la India que habla de 2070 o de Brasil, donde Bolsonaro niega que el cambio climático o el efecto invernadero tenga algo que ver con la deforestación de la Amazonia. O los mismos Estados Unidos, donde Joe Biden tiene serios problemas, incluso dentro de su partido, para aplicar un programa que no es, que se diga, muy ambicioso en este terreno.

Parece que pintan bastos para el clima. Así lo entienden los miles de personas que estos días se están manifestando en la capital escocesa y en otras muchas ciudades del mundo. Consideran que la Cumbre de Glasgow está fracasando y que no está sirviendo para emprender acciones contra la contaminación. Y recuerdan que desde el famoso protocolo Kioto (1997) y en menos ilusionante acuerdo de París (2015) no ha habido mejoras, sino todo lo contrario. Y nos estamos jugando mucho. Estamos jugando con fuego.