“Los mileniales se han dado cuenta de que la meritocracia no existe y no importa lo duro que trabajes”. No - importa - lo - duro - que - trabajes. Eso titulaba esta semana la revista S Moda, aunque no lo decía El País sino la escritora y periodista Anne Helen Petersen en una entrevista. Mucha gente en Twitter asentía.

Así que el esfuerzo, el empuje, la insistencia; lo poco en lo que los que no nacemos en cuna de oro podemos ganar a los que sí, tampoco sirve ya. Pues ahora sí que estamos buenos. Qué nos queda.

Los más interesados en contarnos que los Reyes Magos no existen y que el Ratoncito Pérez es un cuento y que no tenemos ninguna posibilidad son los que nacen con la vida solucionada. Vía libre para sus privilegios. Es nuestra resistencia no creerles

Por supuesto que demasiada gente de nuestra generación -los que ahora tenemos entre 25 y 40 años- ha comprobado en carne propia que no valía con hacer todo lo que nos dijeron que había que hacer para que saliera bien. Millones de jóvenes, aquí y allás, sin trabajo, sin casa, sin mapa, y sin la ilusión de tenerlos.

Lo que no entiendo es que la propuesta sea rendirse. Qué se logra con un mensaje derrotista y desmovilizador como “no importa lo duro que trabajes”. Un mensaje que, además, no es cierto. Sí importa, lo importa todo.

El esfuerzo no garantiza nada, quizás cada vez menos, pero sin esfuerzo estamos jodidos de verdad. La única razón por la que, a veces, la hija de un fontanero ocupa un sitio predestinado para el hijo de una empresaria es que el esfuerzo es un poder más mágico de lo que nos quieren hacer creer.

Los más interesados en contarnos que los Reyes Magos no existen y que el Ratoncito Pérez es un cuento y que no tenemos ninguna posibilidad son los que nacen con la vida solucionada. Vía libre para sus privilegios. Es nuestra resistencia no creerles. Darles, aunque sea, un poquito de guerra.

A nosotros siempre nos va a costar más, no tenemos garantías de conseguirlo, pero sí es posible y confiar en eso es el primer paso para que ocurra. Lo contrario es bajar los brazos, darles aún más ventaja.

“Usar los obvios y empíricamente demostrados problemas de la (supuesta) meritocracia, así como las desigualdades de partida, para cargarte cualquier noción de progreso personal o responsabilidad individual me parece (1) tramposo; (2) paternalista; (3) contrario al progreso social”, escribía esta semana el periodista Jorge Galindo en su Twitter. No podría estar más de acuerdo.

Claro que tenemos todas las razones del mundo para indignarnos, para frustrarnos, por qué ellos lo tienen más fácil, qué injusto, siempre igual. Pero usemos esa rabia para movilizarnos, para conseguir que cada vez pueda ser posible para más personas. Usémosla para esforzarnos.

He trabajado con gente que si no hubiera sido bisnieta de gobernadores no estaría donde está, por supuesto. Pero también he crecido con gente que aún hoy tiene que ayudar a sus padres y ha pasado por delante de los primeros. De su cuerpo ha salido, de su esfuerzo.

Cuando me sentaban en mesas de diplomáticos y otros abolengos siempre aprovechaba la menor ocasión para comentar que mi padre me acababa de mandar la foto de un cordero recién nacido o que mi madre estaba de guardia nocturna. Era un detector infalible: si había algún otro infiltrado, a veces se animaba a contar lo suyo. Los hay que esconden su origen y los hay que lo exhiben: yo he procurado ser siempre de los segundos.

No para presumir de méritos propios, sino para que no sean en balde ni se olviden los ajenos. Los de nuestros esforzados padres, abuelos, bisabuelos. Su esfuerzo, mucho más físico que el nuestro, y la cultura del esfuerzo que nos inculcaron antes que ninguna otra. No valorar eso es renunciar a la única carta que tenemos.

En una cata de chocolates de lujo, residencia palaciega, gente de postín, la hija de un embajador latinoamericano en Estados Unidos, también periodista, vino a pedirme trabajo. A mí. No os digo que eso pase todos los días, claro que no, pero ¿de verdad vamos a perdernos el espectáculo de que, quizás, ocurra de vez en cuando?

No se lo pongamos tan fácil. Ellos pueden prescindir del esfuerzo, nosotros no.