Nabokov decía que el escritor puede ser tres cosas: storyteller, profesor o hechicero. El primero entretiene, el segundo enseña y el tercero nos anima a querer entender el estilo, el diseño y la imaginería que hay detrás de un libro. Consideraba que un buen escritor tiene algo de los tres, aunque el hechicero es el que predomina.

Me apetecía saber qué había detrás de Los Alpes Marítimos, la nueva novela de Vicente Monroy, y fui a la presentación del lunes en la Central de Callao. Javier Montes e Irene Martín acompañaron al autor.

Lengua de Trapo es quien edita el libro, dentro de la colección de episodios nacionales: un proyecto que busca acercarse a los hechos más relevantes de los últimos cuarenta años en España. Y es una colección de novelas, no de ensayos, ni de crónicas o ejercicios memorialísticos.

A Vicente Monroy le encargaron escribir sobre el Atentado de la Rambla.

Pablo, el protagonista, es un artista frustrado que vuelve a Barcelona, en el verano de sus veintinueve, para pensar en el futuro. Del reencuentro con Darío, un amigo del cole que ahora es parte de la jet-set catalana, nace la historia. A partir de las conversaciones, fiestas y atmósferas que desfilan por la novela, la ingravidez de los personajes contagia al lector. La novela consigue acercarse, de una forma muy verosímil — el zoom en la pantalla de Instagram; el fotoshop en los anuncios de una inmobiliaria—, al nomadismo propio de los millennials y la generación Z.

Cuando hay una tragedia, hay víctimas en el epicentro y un conjunto de existencias amontonadas al otro lado del televisor. En Los Alpes Marítimos, esto se cuenta muy bien

Parece que los personajes flotan. Esto se lo dije a Vicente en un correo y él me contestó que buscaba conseguir esa sensación de espacios y tiempos cambiantes como en una comedia screwball.

En Lo Prohibido, uno de los personajes de Galdós —el autor de los otros episodios nacionales— dice: “En ciertas ocasiones críticas, a raíz de un trabajo excesivo o de un disgusto, he sentido... así como si me suspendieran en el aire… Voy por la calle, y se me figura que no veo el suelo por donde ando; pongo los pies en el vacío...”

La flotación engarza con la sensación de lo inacabado. Tal y como dijo Javier Montes, parece que hay muchos personajes que van a liarse entre sí y… tenéis que leerlo para saborear esa sensación de preludio. Pero no solo ahí el libro pone a trabajar la imaginación de quien lee: hay elipsis, puntos ciegos y momentos de equilibrismo que el lector enfrenta sin tener donde agarrarse.

A nivel técnico, la clave está en cómo salta el obstáculo que supone tener que hablar del Atentado de la Rambla. El hechicero usa ahí un golpe de varita digno de aplauso. Solo ocupa el uno por ciento del libro, pero en estado de latencia ha vibrado antes (“¿Cuándo ocurrirá?” es un interrogante que nos acompaña desde el principio), y la incertidumbre de después llega al lector con pinceladas breves, que no necesitan más que eso para evocar lo que ha de ser evocado.

Al pensar en lo que sentí cuando leí esa parte, me viene a la mente una foto de Thomas Hoepker: en el primer plano hay unos jóvenes en unas piedras, sentados en posiciones relajadas; en segundo plano hay un río; en el fondo están las Torres Gemelas. Hoepker hizo la foto el 11 S y capturó así la cotidianidad de lo insólito.

Cuando hay una tragedia, hay víctimas en el epicentro y un conjunto de existencias amontonadas al otro lado del televisor. En Los Alpes Marítimos, esto se cuenta muy bien.

Y el humor. Eso que acompaña siempre a la astucia de los comunes. Vicente no habla de una gorda rica sino de una “morcilla embutida en un Versace” y no habla de un tío-tío sino de un “armario rebosante de testosterona”. El humor también para narrar cómo bregar con la vida que se vive como se puede y no como se quiere. Humor para hablar de lo complejo que hay en las expectativas y los anhelos de los otros que acaban por constituirnos.

“Cuando queremos darnos cuenta la realidad nos ha devorado”, dice uno de los personajes. Aun así, el tono del libro no es fatalista; hay algún rayo de luz, algún rayo de merece la pena intentar desasirse.

Se lee muy bien y da para hablar en las comidas con amigos y familia.