Hoy en mi aportación sobre identidades zamoranas, pretendo, aportar algo parafraseando a nuestro León Felipe en su poema ser en la vida romero en el que termina escribiendo: Sensibles a todo viento y bajo todos los cielos, poetas (periodistas, opinadores), nunca cantemos la vida de un mismo pueblo, ni la flor de un solo huerto. Que sean todos los pueblos y todos los huertos, nuestros. Con el ánimo de ampliar en lo posible la visión de lo expuesto en el artículo de nuestro leído y admirado Jonathan Pérez en este periódico titulado sagradas familias. Me anima a preparar esta contribución el saber que la primera función que se atribuye al periodismo serio es la de formar. Y, como LA OPINIÓN DE ZAMORA-EL CORREO DE ZAMORA entiendo que lo es y lo hace diariamente, paso a contribuir a ello. Las denominadas sagradas familias encerradas o entronizadas en una caja de madera, cubierta con un cristal y con una ranura en la parte inferior para depositar dinero, al igual que otras como La Milagrosa, están presentes en toda la provincia de Zamora al igual que en otras de España y países de Latinoamérica. Normalmente fueron adquiridas por familias y obsequiadas a los pueblos, sin contraprestación alguna.

Yo mismo me admiré muchas veces como en casa de mis padres y de mis suegros se recibía hasta el momento de su muerte y se sigue agasajando por las herederas

Libremente eran y son pasadas de casa en casa a las familias que quieren. En no pocos lugares en la caja externamente figura una lista de las personas que desean recibir tal visita. Hay quienes llevan en la memoria cuándo les debe tocar y se impacientan si no les llega. En tiempos de invierno hay familias que retienen esa nueva familia varios días, pero en verano son los veraneantes quienes más preguntan, cuándo les toca. Se sienten honrados con tal visita. Efectivamente hay la costumbre de encender una lámpara, rezar algo en solitario o en comunidad, hasta hay libritos con plegarais de recibimiento y despedida y depositar alguna moneda en el cajón a través de la ranura. En todo ello participa la familia y a veces los vecinos y normalmente son los más pequeños quienes introducen las monedas. Viven y experimentan la generosidad, valor muy importante.

La llave de la caja fuerte, no la tiene el cura, sino la persona responsable de que todo funcione. Cuando llega a su casa, abre y vacía el banco casero. Los dineros recaudados y ofrecidos de forma anónima se destinan a caritas, comprar algo para la iglesia u ofrecer donativos para que se celebren misas y oraciones a intención de los donantes. No se trata de una costumbre solamente de pueblo o rural. No es infrecuente encontrarse por las calles también de las ciudades como Zamora, Benavente, Toro y otras a personas de todas las edades y condición portando esa caja para pasarla al domicilio siguiente. Y así, esta tradición y costumbre de Zamora, española y mundial se va perpetuando de generación en generación, como se pasan los álbumes de fotos de abuelos a nietos. Es cierto como apunta Jonathan que se dan otras visiones sobre este hecho rico en historia y cargado de emociones y vivencias, pero no son únicas, ni mayoritarias y tal vez estos entienden que se trata de simple magia o anticuado y que esta práctica o costumbre se pueda interpretar como algo que hacían solamente las abuelitas y que fuera un pretexto para chismorrear sobre vivos y muertos. O como un tótem heredado y con olor a casa vieja. Las he visto en hogares muy elegantes y siendo recibidas y tratadas con respeto, decoro y devoción en muchos lugares.

Yo mismo me admiré muchas veces como en casa de mis padres y de mis suegros se recibía hasta el momento de su muerte y se sigue agasajando por las herederas. Nos juntábamos todos, y lo seguimos haciendo, hijos, yernos, nietos y bisnietos para rezar y ofrecer algo para la hucha. Y me recuerda aquello que canta Gabriel y Galán en su poema: También en Zamora, ciudades y pueblos delante o al lado de esa caja se reza sin decir por quien y se mete y sale algo apara amasar pan para necesitados. Es una realidad zamorana más que a mi entender merece relatarse, ser considerada por los estudiosos antropólogos y sociólogos como una manifestación popular arraigada, extendida, social, de ayuda y productiva en el orden ético, estético, moral y solidario. Merece esta cuestión un estudio serio, bien diseñado, realizado e interpretado que nos permita conocer y valorar de forma científica sus efectos en los ámbitos convivenciales, familiares, de las creencias y por qué no también religiosos. Sería buenos a la luz del estudio depurar lo malo de esta costumbre y potenciar lo bueno, que también se da.