Hay una carreterita Cenicienta que es la de Vide de Alba y una madrastra que es la Junta de Castilla y León. Entonces, contemos el cuento.

Érase una vez una carreterita que, pese al diminutivo y a su secular abandono, llevaba el título de autonómica. Pero la Junta, que era quien debía cuidar de ella, no la quería. De hecho, hacía todo lo posible por maltratarla. Con periodicidad, le mandaba los trabajos más duros con tráfico hiper pesado de enormes camiones cargados con toneladas de acero para construir parques eólicos. Pero apenas le daba, muy de vez en cuando, un rieguecito de asfalto a modo de humilde sustento.

Con el tiempo, era tan deplorable su situación, que la madrastra pensó en su arreglo y convocó a periódicos y autoridades locales para hacer pública tan importante decisión. Vamos a hacer “un doble tratamiento superficial”, pronunció la Junta con solemnidad y, tras esa pomposa declaración, se hizo una foto.

Sin embargo, pronto se vio que había un error y que la madrastra lo que, en realidad, había querido decir era: “vamos a hacer un tratamiento doblemente superficial”. Es decir, un eufemismo de vamos a hacer una chapuza, vamos a hacer como que hacemos, pero no hagamos nada. Una engañifa, una timba, una estafa, un tocomocho.

Después de tapar con remilgado miramiento los baches más descarnados y maquillar allá donde la calzada estaba más pelada, comenzaron a venir camiones cargados de grava menuda. La vertían como si quisieran cubrir el mundo

La carreterita, de una fe inconmovible, todavía confiaba. Había visto que, en sus primeros kilómetros, aquellos que iban desde la noble villa de Fonfría hasta el cruce de donde partía otra carretera menor, ésta de carácter provincial, habían recibido un trato honorable: media cuarta de gruesa capa de asfalto. La habían igualado con la provincial, ésta bien arreglada, ya que, de no hacerlo, la madrastra hubiera quedado en evidencia frente a los vecinos de la provincia. “Yo no voy a ser menos” se decía ufana la carreterita, “seguro que me reservan un trato igual al de mi hermanita de Fonfría”. ¡Ilusa!

Y empezaron el tramo de Vide de Alba. Después de tapar con remilgado miramiento los baches más descarnados y maquillar allá donde la calzada estaba más pelada, comenzaron a venir camiones cargados de grava menuda. La vertían como si quisieran cubrir el mundo. La desparramaban a borbotones, con una fuerza expansiva que todo lo llenaba. Era la cornucopia del balastro, la exaltación del cascajo, el advenimiento universal del canto triturado. Eran miles, qué digo miles, miles de miles de billones de garbanzos pétreos danzando alegres por la carretera. Saltando todos en un frenesí anárquico, unos sobre otros, sin ninguna emulsión negruzca y pringosa que los esclavizara. “Esto debe ser la base poderosa que sustente un pavimento como nunca antes he visto”, pensó la carreterita. ¡Cuitada!

Y en efecto, vino el camión con la brea. De sus entrañas surgió un minúsculo chorrito de alquitrán, un reguero magro que apenas lograba unir un puñado de grava. Un raquítico calabobos negro, un papel de fumar abetunado, un barniz bruno semitransparente, una nube espolvoreada que se posaba a modo de delicada pátina viscosa. Tal era la desproporción, sobre aquella desmesurada capa de gravilla.

Finalizada con brevedad aquella avara aspersión y con la boca abierta por la sorpresa y en tono lastimero, la carreterita exclamó: “¡Pero, ya está! ¡Esto es todo!” Y en efecto, eso fue todo.

A modo de regador jardinero, aquella pringosa y mezquina emulsión de betún fue sin embargo suficiente para calmar la libertad desbocada de aquellas piedrecitas bailarinas, felices y despreocupadas. Pero, ¡ojo, por poco tiempo! Como en otras ocasiones, las primeras heladas del invierno las liberarán de esas pegajosas ataduras y ya, sueltas de nuevo, nos proporcionarán el habitual paisaje de baches de esta carretera Cenicienta. Incluso, las lluvias de primavera lograrán el portentoso y, no obstante, vulgar acontecimiento de criar hierba en el centro de la calzada.

“¡Qué dices de la primavera!”, exclamó la carreterita al mirarse aquella minúscula capa de pintura con la que la habían maquillado. “¡Pero si ya me está creciendo el pasto!”

Y este cuento de desventuras y prodigios llega así a su fin. Contaremos otro cuando la Junta le dedique, en década y media, un nuevo arreglo de eso que denomina “doble tratamiento superficial”.

NOTAS. - 1) Que uno recuerde, este es el tercer tratamiento doblemente superficial que recibe la carretera en los últimos 35 años. En anteriores arreglos sobre la capa de riego asfáltico creció pronto la hierba, pero no tan rápido como lo ha hecho ahora.

2) La carretera estaba destrozada por el paso de hiper camiones con piezas de molinos extraordinariamente grandes y pesadas, algo que sucede periódicamente. Esta carretera es la única comunicación posible entre las carreteras nacionales y la comarca de Alba. Tiene puente amplio sobre el Aliste y no posee tramos urbanos, por eso la utilizan los convoyes de piezas hiper grandes.

3) Si resiste todos estos embates sin apenas blandones a pesar de discurrir por vaguadas y sufrir tan exiguo mantenimiento, es porque presenta un firme digno de calzada romana, construido con piedras porteadas en cestos y en carros por los lugareños contratados a mediados del pasado siglo.

4) Este cuento está recreado, pero todo lo que se narra es cierto y aunque no sea una madrastra, la Junta de Castilla y León sí es la responsable, a mi juicio, de esta desidia y discriminación.