En esta tierra somos más de finales que de principios, más de llorar que de reír. Cuando alguien se sale del redil y camina solo y hasta es reconocido fuera por su buen andar, aquí solemos decir “que se creerá ese, si su abuelo andaba a la cuarta pregunta y su padre, ya ves, y ahora…”. Esta actitud encaja en la expresión “segar la hierba”. Aquí somos experimentados cortadores de césped . Por eso hoy escribo para rebelarme y con la intención de hacer justicia y reconocer la trayectoria profesional de Miguel Blanco Suaña al frente del sindicalismo agrario. Por si a alguien le da por empujar el pedestal.

Es Miguel Blanco seguramente el zamorano (natural de Perilla de Castro y apicultor) que, en las últimas décadas, más alto ha llegado en el escalafón de ilustres ejercientes de actividades ligadas con lo público (eso es, sin duda, un sindicato). 38 años, la mayor parte de ellos como cabeza más visible de Coag, ha quemado al servicio de una organización agraria que ha sido clave tras el ingreso del campo español en la Europa de los mercaderes. Sin la labor de este sindicato la reconversión del sector hubiera sido mucho más brutal, más descarnada.

Que sabe escuchar, que tiene una gran capacidad de adaptación, incluso ideológica, y que es una buena persona, la cualidad más difícil de encontrar en estos tiempos

Miguel Blanco tiene esa habilidad que no se le reconoce a los campesinos, la de saberse explicar, saber hablar, dicen en esta tierra. Y vaya si lo ha hecho en todos los foros, incluidos los de Bruselas donde ha sido –y es- muy respetado. Tiene la habilidad del encantador de serpientes, pero a la que añade un discurso con contenido, lleno de verdades como puños, de razonamientos repletos de sentido común.

Al margen de sus logros profesionales ya remarcados, como el haber logrado el “acuerdo del gasóleo” y el reconocimiento gubernamental y empresarial de que no se pueden comprar materias primas por debajo de coste, tiene el de Perilla un don, bueno varios: que sabe escuchar, que tiene una gran capacidad de adaptación, incluso ideológica, y que es una buena persona, la cualidad más difícil de encontrar en estos tiempos, donde afloran listillos y “bienquedas”. Ah y otra virtud, que ha tenido el cuajo ético para desoír los cantos de sirena de más de un partido político.

Conozco a Miguel desde niño (coincidimos en el colegio menor de los Jesuitas en Zamora) y, de verdad, se merece todos los reconocimientos porque nadie le ha regalado nada. A ver si por una vez esta tierra se porta y arrincona a los cortadores de césped.