Cuando Occidente pecó de candidez y abrió con alfombra roja las puertas de la OMC a China, el presidente Obama hizo un primer intento de contrarrestar la influencia económica china en Asia. Donald Trump echó abajo esa iniciativa, pero endureció el discurso. Con formas algo más diplomáticas, Joe Biden ha dado pasos decisivos en la contención militar en el Pacífico, reforzando alianzas regionales, a la vez que sigue la línea de Trump de considerar a China un competidor hostil en tecnología. No hay otra vía.

Sin una determinación clara, Beijing no tomará nunca en serio a los norteamericanos, y así y todo no va a perder ocasión de poner a prueba su determinación. Pero a la vez China representa casi ya el 20% del PIB mundial, y es un socio imprescindible frente a retos como el cambio climático. No será fácil, en otras palabras, encontrar el punto de equilibrio, pero no queda más remedio que buscarlo y a ser posible encontrarlo.

Juan García