Una amiga francesa decía que en Washington estábamos todos los que no habíamos sido populares en el instituto. Adolescentes empollones de todo el mundo que encontraban en la capital de EE.UU. su Disney adulto. La primera guía turística que compré decía que era “el Hollywood de los feos”.

Con otra amiga decimos siempre que desconfiamos de entrada de quienes tienen nostalgia del instituto. Es prejuicioso, sí, pero también un poco empírico. En nuestros institutos solo había cuatro clases: los que acosaban, los que recibían el acoso, los cómplices que le reían la gracia a los primeros o los que eran majos pero callaban no fuera a tocarle a ellos.

La gente que conozco que lo pasó mal en el instituto ahora está muy bien. El periodista David Valenzuela escribía en un artículo de CNN que a Samuel Luiz, el joven que mataron a golpes en A Coruña por ser gay, “le arrebataron el tiempo para ver que todo mejora”.

Las redes sociales han complicado todo porque los malos y las malas del instituto ahora siguen en el teléfono, no desaparecen al menos un rato cada día a las tres cuando te vas a comer a casa

Todo mejora y tenemos pruebas. Carolina Iglesias y Victoria Martín han ganado esta semana el Premio Ondas por su podcast “Estirando el chicle”, un contenido que es una catarsis, sobre todo, para las que fuimos adolescentes en los crueles años 2000.

Ellas lo fueron y cuentan que tampoco lo pasaron bien en el instituto. Si eras chica no hacía falta mucho más que no tener la cintura imposible de Christina Aguilera en “Stripped” para que no fuera la mejor época de tu vida, la verdad. Los malos y las malas del instituto no han sido nunca muy brillantes: “gorda”, “maricón”, “pringao”, caca, culo, pedo, pis.

Seguro que no fui la única que lloré cuando les dieron el Ondas. Pensé en la cara que estarían poniendo sus malos y malas del instituto, la gente que les creó inseguridades en la etapa más vulnerable, al verlas ahí, flamantes, heroínas de una generación.

En “El Ala Oeste de la Casa Blanca”, Helen Santos piensa en una compañera de natación justo antes de salir a saludar en la escalinata del Capitolio como primera dama de Estados Unidos. Dice: ojalá esté viendo la tele ahora.

Ojalá las estén viendo, a Carolina Iglesias y Victoria Martín, las que son niñas y adolescentes hoy. Las redes sociales han complicado todo porque los malos y las malas del instituto ahora siguen en el teléfono, no desaparecen al menos un rato cada día a las tres cuando te vas a comer a casa.

Pero las redes sociales también permiten ver algo fundamental que antes desconocíamos: que hay vida, mucha vida, más allá. Que hay un piso de arriba en esta casa con otras gentes que no sospechan su piso de abajo, como escribía Cortázar. Y lo que a mí siempre me decía mi padre: ladran, Sancho, luego cabalgamos.