Vamos de mal en peor a pesar de ciertos alardes triunfalistas. Las consecuencias económicas de la pandemia se han dejado sentir con fuerza en muchos hogares españoles y por ende zamoranos. El pasado año el 26,4% de la población, es decir un total de 12,5 millones de ciudadanos estuvo en riesgo de pobreza y/o exclusión social. La privación material severa como no poder hacer compras cotidianas de ciertos alimentos básicos, no poder mantener la vivienda a la temperatura adecuada, ni afrontar gastos imprevistos, aumentó hasta 3,3 millones de personas en 2020. Lo que supone un millón más que en 2019. Esto es insostenible e insoportable para todos cuantos se han situado en el umbral de la pobreza que viene a ser algo así como descender al infierno.

Este indicador se ha duplicado en 15 de las 17 comunidades autónomas. Salvo Aragón y Castilla-La Mancha, todas las demás muestran en buena parte de su población, la “dureza, brutalidad e intensidad” que ha tenido en los ciudadanos la crisis económica provocada por la pandemia, hasta el punto de que el COVID-19 ha destrozado en un año lo que la crisis económica anterior tardó seis años. Así lo ha reconocido el presidente de la EAPN, la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social. Ya no es solamente Cáritas quien nos avisa de la cruda realidad, adelantándose siempre a cualquier otro organismo. Es que la realidad está engullendo cualquier explicación al respecto. Es muy duro saber a ciencia cierta que más de tres millones de españoles no pueden hacer frente a gastos cotidianos.

No hace falta mirar hacia otros continentes, en nuestros pueblos y ciudades son muchas las personas que sufren una precariedad lacerante, vergonzosa, exasperante. Esto no se soluciona con subvenciones más o menos puntuales. Esto se soluciona creando empresas, fomentando el trabajo digno, facilitando la caña, como se hace en los países en vías de desarrollo, para que cada quien atrape su propio pescado. Cada vez creo menos en esas subvenciones que hacen agua por todas partes y que son pan para hoy y hambre para mañana. Y no precisamente un mañana a largo plazo.

Resulta indignante reconocer que tener hijos es un factor de riesgo importante para sufrir pobreza o exclusión. De hecho, en todos los hogares españoles con presencia de niños o adolescentes las tasas son más altas que en aquellos en los que solo viven adultos, hecho no imputable a la pandemia. Sucede todos los años. Lejos de remitir el problema se acrecienta. Las colas del hambre son cada vez mayores. Lamentablemente para este grave problema, quien puede y debe, no tiene soluciones.