“El juez Llarena emite una euroorden de detención para el linier del España - Francia”. Leído así, tal cual, parece un chascarrillo de bar, una gracieta soltada jugando la partida, una chorrada más de las que se oyen todos los días. Pero, héteme aquí que no procede de ninguno de esos ambientes, sino del “ingenio” de un diputado de las Cortes Españolas. Para más señas del representante del Gobierno de Cataluña, o de una parte del gobierno catalán. Ese es el nivelazo del susodicho. A eso es a lo que dedica su tiempo, a enviar tuits con pensamientos tan profundos. A decir gilipolleces. Como si Cataluña no tuviera ningún problema, como si allí no se padeciera ninguna necesidad. Pero así está montado el tenderete de la política, y el Congreso y sus diputados no son una excepción, de manera que, con demasiada frecuencia, el hemiciclo se ve convertido en un chalaneo de patio de vecinos.

Desafortunadamente ese es el nivel que se respira. El del chiste fácil. Pero todo sirve con tal de salir en los periódicos. Sirve utilizar un partido de fútbol para intentar menospreciar a un juez. A un juez que se preocupa de que los independentistas catalanes cumplan con la ley. Y así nos va a los españoles. Con un “nivelazo de tal alcurnia” nadie se acuerda de los Castelar, Cánovas, y Maura, parlamentarios de pro, donde los haya habido, con conocimientos, inteligencia y saber estar. O también, aunque a nivel distinto, de Julio Anguita, Felipe González y Durán y Lleida. En el momento actual los diputados parecen empeñados en hacer ver que no son capaces de profundizar en nada, ni siquiera cuando leen sus discursos. Mientras tanto, se disputan el mérito de haber utilizado el calificativo más impertinente de los que suelen emplear como insulto. No escasean los que se confunden cuando leen sus intervenciones, u omiten partes importantes de éstos, o se muestran incapaces de encontrar las palabras en el papel que le han preparado en el partido.

Ahora el señor Rufián, autor de ese “profundo” pensamiento, el de tratar de ligar al fútbol con la justicia, a un juez de línea, con un juez de los de verdad, es buena muestra de lo que tenemos. Poca substancia debe tener, para apoyarse en que, en un partido de fútbol, un árbitro haya dado por válido un gol cuanto menos dudoso, y para muchos ilegal, para poder criticar a un juez. Tal planteamiento ya adelanta lo que puede venir después. Con parlamentarios así, ya está dicho todo, o casi todo. Porque no se trata del encargado de sacar fotocopias, ni de revisar si hay papel higiénico en los lavabos quien ha sido protagonista de esta boutade, sino del portavoz en el Congreso de ERC. El mismo que lució en su día camisetas con mensajes, o que ha llevado al hemiciclo fotocopiadoras, y otras memeces por el estilo. Tales actuaciones puestas en escena en el lugar más sagrado de la nación solo pueden pretender poner en solfa el desprestigio de esa institución.

Hasta 1977 estaba prohibido en el reglamento de la cámara leer los discursos. Fue en ese año cuando se eliminó esa condición. Fruto de una votación muy igualada: con 153 votos a favor, 143 en contra, 9 abstenciones y un voto nulo. A día de hoy, solo alguna señoría, de manera excepcional, podría librarse de ser un busto parlante leyendo un discurso que no ha hecho. Quizás podrían ser Casado y Sánchez. De los recientemente huidos del parlamentarismo, Albert Rivera y Pablo Iglesias, podrían haber sido algunos de ellos. De volver a implantarse la norma de no permitir leer las intervenciones, estaría por ver cuántos diputados podrían quedarse en el Congreso que cumplieran con la condición de decir las cosas de motu proprio, sin leer la “chuleta” que le han preparado.

El hecho de parecer imposible encontrar cauces de diálogo naturales entre los principales partidos en la Cámara Baja, en la Alta y en la mediopensionista, impide la aprobación de determinadas leyes y hacen pagar caro los presupuestos, problema que padecemos el resto de los mortales que no formamos parte de los elegidos. Si a ello se une el hecho de que para los independentistas las cosas son buenas o malas, sin términos intermedios, pues apaga y vámonos.

Porque ante una postura maniquea en la que hay una separación drástica entre el bien y el mal (estando siempre el mal en la parte contraria) no hay manera de ponerse de acuerdo. De eso saben mucho los persas, cuando allá por el milenio anterior a la llegada de Cristo, Zoroastro se cargó el politeísmo y lo sustituyó por un solo dios, y dos espíritus: uno santo y otro destructivo, que encarnaban el bien y el mal. Así que, aunque no se lo crean los independentistas, no han inventado nada. De hecho, ya en el siglo III d.c., Mani, promotor del maniqueísmo, volvió a la carga inspirándose en el zoroastrismo.