El reciente desembalse de Ricobayo roza lo esperpéntico. Perpetrado de la noche a la mañana con el oscurantismo propio de quien es consciente de la malicia, con las tarifas eléctricas por las nubes y el megavatio hora en máximos históricos, es una indecencia de manual.

La desfachatez con que Iberdrola ha procedido supone un atropello propio de otros tiempos, y eso por mucho que su delegado en Castilla y León insista en que el proceso cuenta con todos los sacramentos legales habidos y por haber o que, en el colmo del cinismo, portavoces de la compañía proclamen su bondad a los cuatro vientos con argumentos tan peregrinos como que no es la primera vez que se produce el vaciado del embalse ¡Vivir para ver! ¿Habrase visto mayor majadería que pretender transformar un atropello en ventura apelando a su repetición?… Sobran los comentarios. La estupidez del razonamiento sólo es comparable al descaro de quien lo formula.

La cacicada ha trascendido el ámbito local y ha convertido a la provincia, una vez más, en la cara visible de esa España históricamente abandonada a su suerte y que algunos han dado en llamar “vaciada”

El desembalse no sólo ha esquilmado la riqueza local asociada al pantano sino que ha supuesto un atentado en toda regla contra el ecosistema. Roberto, el pescador aquél de Pozuelo de Tábara a quien el señor delegado reconoció el daño causado, podría hablarnos largo y tendido de sus efectos sobre flora y fauna, pero no traeré aquí experiencias personales. No, porque no es necesario demostrar nada. La agresión es evidente y por mucho que los responsables se empeñen en encubrirla la tropelía es incontestable. Tanto es así que hasta el propio Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico se ha visto forzado a modificar la Ley de Aguas y establecer criterios racionales en la utilización de los recursos hídricos. O lo que es lo mismo, el Ejecutivo ha dicho ¡basta! a los excesos de las eléctricas y mediante decreto- ley plantea una batería de medidas que acaben de una vez por todas con situaciones tan bochornosas como la que acaba de provocar Iberdrola, la inefable hidroeléctrica vasca, en nuestra tierra con el drástico vaciado.

Que el desembalse ha supuesto un importante quebranto económico para lo provincia está fuera de toda duda. Los municipios ribereños que de la noche a la mañana se vieron privados de la afluencia de turistas propia de la época estival lo saben bien, pero a la vista de los hechos la situación era de todo punto previsible. Desde el primer momento y para vergüenza de los responsables se sabía que iba a ocurrir, sin embargo, el abuso ha tenido un efecto añadido con el que nadie contaba. Hablo de la repercusión mediática. El tratamiento informativo que los medios están dando al vaciado ha generado una auténtica conmoción social que pone a las eléctricas en el punto de mira de las más altas instituciones del Estado y cuyas consecuencias finales están aún por ver.

Prensa, radio, televisión. Todos los medios. Hablan y no paran, pero no sólo aquí. Que yo sepa, países como Francia, Inglaterra, Países Bajos o Estados Unidos, también se han hecho eco del atropello. La cacicada ha trascendido el ámbito local y ha convertido a la provincia, una vez más, en la cara visible de esa España históricamente abandonada a su suerte y que algunos han dado en llamar “vaciada”.

Sucede que de tarde en tarde, por unos días y muy a su pesar, Zamora ocupa la actualidad informativa. Ayer fue la situación sanitaria, por citar uno de la larga letanía de agravios, la que provocó el interés de los medios. Hoy ha sido la sordidez de un vaciado o, si ustedes prefieren, la brutalidad ultraliberal de cierta empresa la culpable.

¡Ojalá en esta ocasión la afrenta ocupe portadas durante mucho tiempo! Sería una buena noticia para los zamoranos porque mientras esto sea así el mundo sabrá la realidad de Iberdrola y de esta forma podrá entender mejor nuestras reivindicaciones. Y eso, por mucho que la susodicha trate de lavar su imagen corporativa con fantásticas campañas de publicidad que la presentan como una empresa altruista y modélica pero que en el fondo, y más allá de la innegable atracción de los mensajes, no son más que encubrimiento y engaño. Caretas. Mero artificio.