Asombrosa, inquietante y, sobre todo, oportuna la novela histórica “Castellano” de Lorenzo Silva. Escrita en dos planos narrativos, hábilmente trabados, entre la propia vivencia personal del mestizaje del autor -malagueño, salmantino y madrileño- y lo sucedido entre las primaveras de 1520 y 1521. Agrega el autor una década más, quizá innecesaria, pero también ilustrativa. Lo hace desde la perspectiva de una castellanidad sin alharacas, pero sin complejos, consciente de que Castilla perdió la lucha por la libertad y su poderío económico, a pesar de haber sido la impulsora con los Reyes Católicos de la conquista de Hispanoamérica, a la que aportó su propia lengua.

De aquellos barros vienen estos lodos de la marginación, la postración y el despoblamiento de una Castilla que se fragmentó aún más cuando en la transición se diseñaron unas autonomías que han contribuido a resquebrajar la identidad de los pueblos castellanos. No hay ningún atisbo de resentimiento, pero sí de pesadumbre, máxime al observar el autor cómo se ha menospreciado a unas personas, las castellanas, consideradas incluso por algunos intelectuales y poetas de la generación del 98 como vagas, indolentes y catetas. Antonio Machado, por ejemplo, tilda a los castellanos de “atónitos palurdos sin danzas ni canciones”, una diatriba que desmontó certeramente Miguel Delibes -y lo cita Lorenzo Silva- en su libro “Castilla, lo castellano y los castellanos”.

No hay ningún atisbo de resentimiento, pero sí de pesadumbre, máxime al observar el autor cómo se ha menospreciado a unas personas, las castellanas, consideradas incluso por algunos intelectuales y poetas como vagas, indolentes y catetas

Recuerda el autor que la misma lengua castellana está siendo vapuleada de una manera tan burda como insolente, cuando en ella se han escrito algunas de las mejores obras literarias de todos los tiempos, en las que se resalta uno de los valores más preciados del ser humano: la libertad. Cita oportunamente el discurso que hace Don Quijote a Sancho en el capítulo LVIII de la segunda parte: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres”.

Esa es la libertad que abrazaron y por la que lucharon los comuneros para frenar el cesarismo de Carlos I, que pagó incluso sus cuantiosas deudas con unos impuestos cada vez más gravosos a los castellanos. Esto sucedió 269 años antes de que estallara en Francia una revolución triunfante que tenía como lema “Libertad, igualdad, fraternidad”.

La derrota de los comuneros y el ajusticiamiento en Villalar, el 24 de abril de 1521, de sus líderes Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado, acabó con esta lucha justa por la libertad. Como muy bien señala Lorenzo Silva, se recuerda a estos prohombres en tres calles del madrileño barrio de Salamanca. Quizá pocos sepan que en Madrid se formó una importante comunidad comunera, y así se recordó en un ciclo de conferencias, celebradas entre los días 22 de abril y 20 de mayo de este mismo año titulado “Madrid y las Comunidades de Castilla, 1521-2021”.

He aludido al principio que “Castellano” es una novela histórica. Lo es en buena parte, aunque duda de ello el propio autor. No le falta razón, porque se trata de una narración que trasciende la historia. El gran escritor Lorenzo Silva nos ofrece con prosa ágil y cercana una visión novedosa sobre el fenómeno comunero y su trágico desenlace en Villalar, pero sobre todo subraya las causas que produjeron el empobrecimiento y el desmembramiento de Castilla, cuyos efectos todavía perduran, agravados, en la actualidad.