Este fin de semana media España está escuchando bachata sin complejos estúpidos. Lo hace porque la ha sacado C. Tangana (Madrid, 1990), al que le perdonamos sus tonterías -que las tiene, lo del yate, Jesús- porque ha traído a la música española un color, una imaginación, un arte y un sabor que nos estábamos negando.

No es solo cosa suya. Qué suerte quienes se están haciendo jóvenes con Rosalía -una diva española universal, pura fantasía-, con Rigoberta Bandini, con el Puchito. A los que ahora tenemos treinta y tantos nos tocó atravesar el paso de la adolescencia a la primera juventud cuando el tristor era lo que estaba de moda. “Todo nos parece una mierda” (Astrud, 2004, cantábamos). Y no teníamos ni idea todavía de la mierda de verdad que nos iba a tocar como generación.

Podemos por fin soltar las caderas, que no somos noruegos ni lo fuimos nunca por mucho que se pretendiera

Escuchábamos música aburridísima, íbamos a sitios insulsos y, sobre todo, nos cuidábamos mucho de no salirnos de ese marco porque todo lo que quedaba fuera era cutre. Nadie quería ser cutre. Cutre era de lo peor que podían llamarte.

Los conversos éramos los más intransigentes, teníamos que serlo: se nos podían ver las costuras al menor movimiento fuera del tiesto.

Ahora –¡liberación!- podemos volver a ser quienes nunca dejamos de ser y a escuchar lo que nunca dejamos de escuchar (aunque fuera en modo incógnito en Spotify). Es nuestro momento: podemos sacar pecho por sabernos todas las míticas de Camela y por no haber necesitado que las susurre Amaia para apreciarlas.

Es el tiempo de la música suculenta, exuberante, mestiza, alegre, imaginativa, con gracia. De la música rica, como dirían los mejores proveedores de esta mercancía (Latinoamérica).

Podemos por fin soltar las caderas, que no somos noruegos ni lo fuimos nunca por mucho que se pretendiera. El mundo entero fascinado por la luminosidad del arte latinoamericano y nosotros, que crecimos cantando la sintonía de “Cristal” frente a la tele y podemos pronunciar “Despacito”, haciendo el tonto. Mucho perdón no tenemos.

¿Por qué conocíamos más grupos anglos que latinoamericanos? ¿Por qué molaba más si era en inglés? ¿Por qué los grupos españoles que sonaban no lo parecían? El complejo ha sido muy poderoso. Por suerte, es un momento preciso para mandarlo al carajo.

Hubo un sitio en el que nunca lo dejamos entrar: las verbenas. El pueblo, siempre, como primer y perenne lugar donde somos libres. Esa felicidad épica de cantar a todo lo que da, piernas arriba, que “de la misma condición no es el pueblo ni un señor, ellos tienen el clero y nosotros nuestro sudor”. No la perdamos nunca.