Duele, y mucho ver cómo en el País Vasco se suceden los homenajes a los terroristas de ETA. En la mayoría de asesinos etarras no se ha producido ese sentimiento que ayudaría a redimirles de tanto horror: el arrepentimiento. Están satisfechos de su obra, aunque no se pueda o no se deba generalizar. Es increíble que, a modo de premio, se les acerque a sus provincias de origen. Es imperdonable que se haga borrón y cuenta nueva. Es frustrante que haya quienes les jaleen y aprueben la trayectoria de sangre dejada por doquier.

Para justificar el traslado de muchos de estos sanguinarios etarras a cárceles próximas al País Vasco o en el propio Euskadi, el Ministerio del Interior se ha sacado de la manga una fórmula: “acepta la legalidad penitenciaria y lamenta el daño causado”, fórmula que inmisericordemente ha repetido como un mantra, con desigual resultado. La mayoría hubiera jurado en arameo su arrepentimiento, con tal de aproximarse a su tierra y a sus gentes, con tal de verse un día libres, con tal de poder celebrar en suelo amigo sus fechorías.

Hay un etarra, el argelino Henri Parot, sin duda alguna el terrorista más sanguinario de la historia de la banda, condenado por 39 asesinatos, 39 vidas que se cobró yo diría que incluso con satisfacción, que sólo aceptó, en todo momento, la primera parte de la fórmula ‘magistral’ ideada por Interior. Porque, este individuo que perpetró atentados tan brutales como el de diciembre de 1987 en la casa cuartel de Zaragoza, que se saldó con 11 muertos, de ellos cinco niños y un menor, en ningún momento ha dado muestras de arrepentimiento alguno. Más bien se ha vanagloriado de sus hazañas.

Este sanguinario pasa sus días en un módulo de respeto de la cárcel leonesa de Mansilla de las Mulas. Dicen que atrás ha dejado su chulería, que lo era en grado sumo, pero no así su odio. Nunca ha pedido perdón. Nunca ha reconocido su condición de asesino. Por eso cualquier homenaje que se intente hacerle, como ocurría el pasado septiembre es un agravio y un insulto para las víctimas y para todos los españoles de bien. Al final, desconvocaron la marcha que sustituyeron por concentraciones en todas las plazas del País Vasco. Cambiaron las formas pero no el fondo. Lo habitual en esa gentuza.

Parot lleva más de treinta años en prisión y en todo ese tiempo ni un segundo de arrepentimiento. ¿Cómo podemos el resto de españoles que sufrimos el escalofrío de los atentados etarras, olvidar, pasar por alto y homenajear a estos indeseables? Mientras permanezcan en nuestro recuerdo, las víctimas de ETA vivirán eternamente.