Otoño caliente. Eso se decía antes cuando se auguraban unos meses con protestas, huelgas y paros. La expresión se refería casi exclusivamente al mundo laboral urbano, a las fábricas, a los sectores económicos de las grandes ciudades, en los polígonos industriales. El campo no contaba. Nunca ningún experto de ningún tipo pronosticó un otoño caliente en el campo. La agricultura y la ganadería estaban ahí, pero como si no estuvieran. Los paletos no piaban, no se quejaban, no tenían problemas, no molestaban. Si les venían mal dadas, emigraban. En silencio, claro. Y si no podían, o querían, irse de sus pueblos, pues aguantaban. También en silencio, por supuesto.

De un tiempo a esta parte, el campo sí protesta, sí se mueve. Le hacen poco caso, pero se rebela, hace oír su voz

Las cosas han cambiado bastante. De un tiempo a esta parte, el campo sí protesta, sí se mueve. Le hacen poco caso, pero se rebela, hace oír su voz. Y se prepara para “otoños calientes”, como el de este año con el lobo como protagonista. Ya tenemos encima el follón que se intuía desde que hace meses cuando se aprobó, con los votos, entre otros, de Canarias, Baleares, Melilla, Cataluña, la inclusión del cánido en el llamado Listado de Especies de Protección Especial (Lespre). Traducido al lenguaje normal: no se puede cazar al lobo en toda España. Hasta el 22 de septiembre la prohibición afectaba solo al sur del Duero; al norte sí se podía cazar con los oportunos permisos. Ahora ya no. El lobo puede campar a sus anchas y matar rebaños sin que nadie los defienda (a los rebaños). Invita al festín Teresa Ribera, ministra para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico. Aplauden hasta el éxtasis unos cuantos clubes ecologistas, cebados con dinero público, y especialmente la Asociación para la Conservación y Estudio del Lobo Ibérico (Ascel) de la que partió la iniciativa para blindar y proteger totalmente al bicho contra las malas intenciones de los malvados ganaderos. El presidente de Ascel, un tal Ignacio Martínez, ha llegado a decir que los ganaderos “van a tener que justificar que hay muchos daños y que no hay otra forma de parar los ataques, algo que no es verdad”. Además de una provocación y de acusar tácitamente a los perjudicados de mentirosos, estas palabras revelan un desconocimiento supino del problema.

Don Ignacio: ¿cómo se paran las lobadas? Si lo sabe usted, ¿por qué no lo dice, que nos enteremos todos? Si son tan pocos los daños, ¿por qué las asociaciones ecologistas, empezando por la suya, no contribuyen a indemnizar a los ganaderos?, ¿cómo se justifican los daños, dejando las ovejas muertas a la entrada de su domicilio para que vea usted que es verdad? Podríamos seguir con preguntas hasta el infinito, pero me temo que no servirán para nada porque a los talibanes no se les convence con argumentos; están en posesión de la verdad. Y punto. No les importa que las comunidades autónomas afectadas (y no las que no tienen un solo lobo en su territorio) y las asociaciones agrarias, todas, pongan datos sobre la mesa. No les importa que les digan, y demuestren, que la especie no está en peligro, que quién está en peligro es el ganadero y, con él, la supervivencia de los pueblos, del mundo rural. ¡Ay el Reto Demográfico, la segunda parte del nombre del ministerio de doña Teresa! ¿Así se afronta ese Reto?, ¿así se lucha contra la despoblación, cargándose la ganadería extensiva borrando del mapa a personas que viven de sus vacas, ovejas, cabras y que, con el lobo más suelto que nunca, nunca saben si mañana les quedarán animales o si todos habrán muerto a dentelladas. Me temo que tampoco servirán de mucho estas reflexiones, pero, al menos, ahí quedan.

Y ahí queda también un episodio surrealista vivido esta semana en algunos pueblos en plena vendimia: la persecución de inspectores de Trabajo a los vendimiadores. De película americana. Una cosa es defender la legalidad y evitar el abuso a jornaleros y otra muy distinta bloquear caminos con vehículos camuflados, correr a la gente entre las viñas y tratar de sancionar a jubilados que están en su majuelo tirando del tractor o ayudando al hijo. No hay vendimiadores españoles. Y encima los pocos que podía haber se han apuntado a un programa de Empleo Agrario que se inició el 1 de septiembre. Oigan, señores mandamases, ¿por qué no comienza ese programa un mes más tarde? Así esos trabajadores podrían ganarse un dinero vendimiando y después en el citado programa. Pues, no; se hace coincidir lo del Empleo Agrario con el único periodo en que hay trabajo en el campo, la vendimia. Venga a presumir de vino de Toro y resulta que si no hubiera cuadrillas de rumanos se quedaba la uva en las cepas por falta de mano de obra.

Otoño caliente. Y siempre los palos en las mismas costillas. Hasta que no queden costillas.