Allá, en tiempos remotísimos, cuando no existían Internet, WhatsApp, Zoom y demás “zarandajas”, como diría mi “tátara”; y cuando éramos “pobres” y solo se iba a escuela para aprender las “primeras letras” y las “cuatro reglas”; el único, y más preciado patrimonio era la hombría de bien, el comportamiento ejemplar en el trabajo, en la familia, en la sociedad; es decir, el hacer las cosas, las competencias, bien hechas; el respetarse, el considerarse, entre sí, y en la mayor medida posible, los componentes de la casa, del lugar de trabajo, etc; el ser un fiel cumplidor de los deberes y obligaciones ciudadanas, respetando escrupulosamente las leyes civiles, tributarias, de tráfico, etc., es decir, todas; el ser solidario siendo voluntario y/o aportando a las organizaciones no lucrativas, benéficas, no gubernamentales; el ser agradecidos, pues ya se sabe aquello de “que de bien nacidos, es ser…”. Entonces es cuando se podía ir por la calle “con la cabeza bien alta”, orgullosos de “conocerse a sí mismos”, siendo modelos de estímulo a los demás.

Y ese tener “la cabeza bien amueblada” era el resultado de tener unos padres dignos de tal nombre por tener plena conciencia de la asunción de unas gravísimas obligaciones libremente contraídas, de ser conscientes de la responsabilidad que implica hacia sus descendientes y hacia la sociedad de la que forman parte y que va a ser influida por su proceder, de su preparación y sentido del deber que debieran conllevar; de la madurez que exige la determinación de tener descendencia, y de la solvencia económica que requiere formar una unidad familiar, por los innumerables gastos que conlleva, y que si no se tienen en cuenta podría llevar a la pobreza infantil, situación totalmente injusta, improcedente, etc., para los menores de edad, con las secuelas que posteriormente conllevan para ellos y para la sociedad donde se insertan. Aspecto que parece “tabú” el comentarlo, el considerarlo. Es vital.

Y también la enseñanza reglada, la escuela, es fundamental para que el alumnado sea consciente de la responsabilidad que tiene, “desde ya”, de asimilar, de conocer, de aprender, de reflexionar, de llevar a la práctica, de aprovechar el tiempo, lo que los maestros le transmitan, que siempre será poco, pues la formación cultural y humana del alumnado de primaria, exige que sea lo más amplia, lo más profunda, lo más actualizada, lo más motivadora, lo más transparente, lo más sensata, lo más comprensible, etc., posible. Y para que todo ello sea una realidad el profesorado tiene, al menos, que disponer de tales características en grado sumo; lo que demanda una grandísima vocación, afición sin límite al estudio, gran empatía, grandes dotes pedagógicas, espíritu de superación, formación continua, puesta al día, etc., lo que se da con escasez, y lo escaso hay que valorarlo y, consecuentemente, compensarlo adecuadamente.

Y las religiones también debieran contribuir a la formación y, por ello, existencia de buenos ciudadanos que ejerzan con dignidad sus innumerables responsabilidades, contribuyan al bien común, al respeto de sus semejantes, pues sus doctrinas así lo predican, como “Amaos unos a otros como yo os he amado” (Jn. 13,34).

Y como está la “cosa” en este siglo XXI. Pues como “sostiene Pereira”, y en “castizo”, de p.p. Opositores al Magisterio público que en los ejercicios incurren en numerosas faltas de ortografía; de Enseñanza Secundaria, que confunden la generación del 98”, con la de la “Edad de Plata”; acoso escolar, “bullying,” en los colegios, lo nunca visto en la edad de la supuesta candidez e inocencia cuando aún no han salido del “cascarón”; y siendo “nazis”, delincuentes, miserables, despreciables, etc., a la vista”; gamberrismo en las aulas universitarias, por permisividad, compadreo y no querer responsabilidades el profesorado universitario, lo que conlleva pérdida de recursos, incompetencias, daños, y la más elemental carencia de profesionalidad y saberes, con gravísimos perjuicios a la sociedad por incompetencia, falta de prudencia, consideración y respeto hacia la “clientela”.

Quizá, cuando pasen multitud de generaciones, y cambie el ADN, y venga alguien “a enseñar”; como sugería hace algunos días, un apreciado periodista; a esta sociedad “libertina, disoluta; que comete actos de grosería o incivilidad”, y se transforme en una sociedad “que sirve o puede servir de arquetipo o punto de referencia para imitarlo o reproducirlo por su ingenio y sus acciones morales, que por su perfección se debe seguir e imitar” .

Marcelino de Zamora