Entiendo la fascinación humana por los volcanes, como entiendo el terror y la desesperación de quienes sufren su ira cuando se desata el infierno de las erupciones, de las lenguas de lava que todo lo arrasan a su paso. Es cierto que el volcán de Cumbre Vieja en la isla de La Palma ofrece un espectáculo, pero un espectáculo dantesco. Nadie hubiéramos querido que algo así sucediera en territorio español. Pero está sucediendo. Y va para largo.

Donde la ministra de Industria, Comercio y Turismo, Reyes Maroto, para desesperación de los palmeños, ve un “espectáculo maravilloso y un “reclamo turístico” de primer orden, para vecinos, turistas, bomberos y militares de la UME, solo hay impotencia, desesperación, terror y perdidas millonarias. No está la isla de La Palma para reclamos turísticos estos días. Si acaso para recibir a manos llenas la solidaridad de todos los españoles y para que se cumplan las promesas gubernamentales que hablan de ayudas. A ver si es verdad que no dejamos solos a los palmeños como, en cierta medida, se dejó solos a los vecinos de la localidad murciana de Lorca tras aquel terrible seísmo de magnitud 5,1.

Al miedo que se apodera de los isleños por las consecuencias de esta terrible erupción de la que el volcán estuvo avisando con distintos seísmos a lo largo de muchos días, hay que sumar en la distancia, una nueva erupción, la del volcán Etna, en la isla de Sicilia, que ha provocado una lluvia de piedras y ceniza y ha hecho crecer en 30 centímetros el monte Etna hasta alcanzar su altura récord. Sólo faltaba que los volcanes europeos se pusieran de acuerdo, es una forma de hablar, para desatar su ira.

Quienes hemos vivido en islas de origen volcánico, sabemos lo que es el miedo a una erupción, por mucho que el volcán no de señales de vida. De niña y después de ver la película “El diablo a las cuatro”, protagonizada por Spencer Tracy y Frank Sinatra, donde una isla desaparece en el Pacífico tras la erupción del volcán, me costó mucho conciliar el sueño durante algún tiempo por miedo a que el Pico Basilé comenzara a rugir y lo hiciera de noche, mientras dormía. Miedos de infancia.

Lo que está ocurriendo en La Palma, es real. A diferencia de la ministra Maroto, yo no encuentro fascinante esa erupción interminable del Cumbre Vieja que está arrojando todo el fuego que lleva en su entraña, dejando una huella que, de atractiva, no tiene nada, como no lo fue en Pompeya, en la localidad colombiana de Armero con el Nevado del Ruiz o en Java-Sumatra con el Krakatoa.