Amar es una necesidad que se suscita desde el interior de nuestro ser, nos da seguridad, al sentirnos acompañados e identificados con el otro, nuestra cercanía emocional nos permite sentirnos uno, y nuestro sentimiento de compañía nos facilita la suma entre iguales, caminamos siempre sobre ruedas compartidas y en la misma dirección.

Cuando nace, siempre espontáneamente, y generalmente en la pre adolescencia o adolescencia, es bravo y apasionado, no descansa, es arrebatador, egoísta y posesivo, ni para, ni duda, ni sosiega ni reflexiona, es impetuoso, es como un caballo sin domar, bravío, a la vez de dulce y tierno.

Se da también, el amor por condicionantes, que se resignará a la soledad, el dubitativo, que atomiza, el apasionado o transitorio, y el maduro, reflejo de la encina de Castilla, con raíces profundas, tronco erguido y fuerte, y hojas perennes

Con el tiempo va encontrando cierta serenidad, se hace más reflexivo, menos egoísta, se comparte más, es más dialogado y permisivo, aunque ocasionalmente puede volverse, atronador y exigente, pero siempre sin abandonar el hilo conductor que es la dulzura, el regalo, y especialmente la ilusión, y la esperanza.

Porque es el momento de la apuesta, de mirar hacia el futuro, de marcarse unos parámetros que nos acerquen al disfrute eterno, y que en principio estarán repletos de fantasía, impregnados de aspectos de una singular belleza, para lentamente ir madurando y con ello adaptándose a la realidad vivida, pero siempre quedará en el recuerdo, e incluso en la realidad, algo que nos permita acercarnos a aquella noche que nos impresionó de eterna, o a aquel día, donde todo estaba en plena fluorescencia, algo que se depositará en nuestro sótano espiritual.

El amor se hace algo más complejo cuando llegan los hijos deseados, hijos con los que hemos soñado, incluso años, y que después de esa esperanza hacen su presencia entre nosotros. Sin querer se dulcifica, se hace más puro y amable y en ocasiones sutil, quizás se exprese físicamente menos, pero emocionalmente nos envuelve un aura de pureza tierna que nos emociona y nos eleva, la felicidad ha cristalizado, los sentimientos compartidos con la familia son amables, y repletos de ternura, aquel sueño por fin es real, casi ni se cree, por lo que tenemos que acariciar, tocar, y sentir además de ver.

Hay un periodo, quizás el más complejo, y es aquel en el que los hijos cumpliendo con la leyes de la vida, se ausentan de casa, han adquirido una formación, después de unos años de esfuerzo, y al final han encontrado un trabajo que les satisface y que responde a los deseos de seguir la estela familiar, formar una familia, ello exige de cierto alejamiento físico, que en ocasiones se entiende con dificultad, tanto por los padres como por los hijos, dado que es duro el desarraigo, y en este punto pueden darse algunos desencuentros.

La madre generalmente, siente profundamente la ausencia del hijo o hija, y exige cierto contacto, o bien la hija o hijo, siente a sus padres mayores o preocupados, y sienten la necesidad de ayudar o colaborar con ellos, en definitiva, la separación es compleja, le ponemos zancadillas, y de un hecho normal y feliz, en ocasiones podemos representar un pequeño drama.

Por otra parte, los padres no siempre están de acuerdo en esta apreciación, en ocasiones los criterios no son coincidentes, uniéndose al problema del desarraigo la fricción entre ellos, aspecto que no es difícil superar, cuando lo sometemos a una reflexión, pues en el fondo se trata de reproducir las leyes de la naturaleza, algo que hicieron los padres y abuelos anteriormente, de aquí que como simplemente están repitiendo un proceso normal, la obligación es la de asistir en silencio, y desde la lejanía física, para complementar cualquier petición de ayuda.

El amor así llega a un etapa plácida, tranquila, sin agitaciones ni agobios, son dos personas mayores, que miran a su alrededor y observan su obra, de la que están orgullosos, y los sueños son plácidos, y los días, amables, y disfrutadores.

El objetivo es sencillo y claro, el de cooperar, el de propiciar el mayor grado de dulzura en el otro, el de darle al otro la emoción más intensa, el de evitar cuantos molestias de forma gratuita se presenten en el camino. Es puro, fiel y lleno de vida, es el mayor de los deseos de dar, de ofrecer permanentemente, es como una dependencia, jugosa y sincera, a la que estás entregado en tu plenitud, y con toda satisfacción y alegría, apostando todos los días porque llegue el siguiente.

Se da también, el amor por condicionantes, que se resignará a la soledad, el dubitativo, que atomiza, el apasionado o transitorio, y el maduro, reflejo de la encina de Castilla, con raíces profundas, tronco erguido y fuerte, y hojas perennes.

(*) Médico psiquiatra