Igual que en invierno corren las aguas caudalosas por pantanos y afluentes, así han corrido (y corren) los ríos de tinta por el impacto ambiental que, desde junio, sufre el zamorano embalse de Ricobayo y su entorno. El volumen de agua embalsada se ha reducido este verano hasta un caótico 10 por ciento de su capacidad y las imágenes que hemos visto nos han recordado a muchos esa piel herida, llena de cicatrices, de la tierra seca, cual páramo septentrional del continente africano.

La voz unánime de hartazgo de los 16 pueblos más afectados por el brusco vaciado del embalse se ha escuchado, incluso hasta en La Moncloa. Y a partir de ahí, la gresca ya no ha dado tregua

La voz unánime de hartazgo de los 16 pueblos más afectados por el brusco vaciado del embalse se ha escuchado, incluso hasta en La Moncloa. Y a partir de ahí, la gresca ya no ha dado tregua. La cuestión radica, a grandes rasgos, en el uso legal por concesión administrativa que tiene desde hace años Iberdrola sobre el embalse y, aunque esa imagen antinatura no es nueva en época estival para quienes procedemos de ahí, este año, por lo que sea, ha unido como nunca a políticos de todos los colores y a gobiernos con diferentes competencias territoriales contra tal actuación. Para mí tengo que ese ‘por lo que sea’ hunde sus raíces en varias causas que han confluido pasmosamente. De un lado, la legítima reivindicación de contrapartidas por parte de los municipios afectados, que ven cómo una empresa ajusta hasta el extremo permitido el vaciado o turbinado de las aguas -como eufemísticamente lo denomina la compañía hidroeléctrica-, sin que ello repercuta en las arcas municipales o en nuevos planes de desarrollo social y laboral; de otro, el calentón general por la escalada del precio de la luz, mientras los sueldos millonarios que caracterizan al sector no bajan ni un céntimo; y un tercer motivo que, curiosamente, se impone de un tiempo a esta parte en la acción púbica: la ondeante bandera medioambiental que preconizan ahora los políticos de un signo u otro. A la oposición de unos a las centrales nucleares o a los parques eólicos y fotovoltaicos se une el rechazo de otros a la ampliación del aeropuerto de El Prat, por poner por caso. Supongo que los argumentos ambientales dan o quitan más votos de lo que pensamos y de ahí ese inusual izado de bandera que, como el calor veraniego, se irá diluyendo con las lluvias y el paso del tiempo. Y así hasta el próximo junio.