Ni antes, ni ahora se puede equiparar a las mujeres afganas y a las españolas. Nada que ver, mal que pese a ciertas adalides de un feminismo enfermizo. Históricamente, las realidades que viven las mujeres afganas y las españolas no han tenido ni tienen que ver. Decir lo contrario es pervertir la realidad. Decir lo contrario es manipular por intereses bastardos. Decir lo contrario es mentir descaradamente. Decir lo contrario es insultar la inteligencia de los españoles. Decir lo contrario es frivolizar de forma torticera.

A Irene Montero, ministra de Igualdad, de la suya, le importa un bledo mentir, frivolizar, manipular, pervertir e insultar la inteligencia de sus congéneres y del resto de españoles. En esta ocasión, tan pintoresca ministra, se ha descolgado comparando la violencia que los talibanes ejercen contra las mujeres en Afganistán con España “con diferentes niveles de dureza”. Esta chica ha perdido el oremus. Bueno no lo ha perdido, no lo tiene, nació huérfana de oremus o, para que nos entendamos, huérfana de juicio o cordura.

La oposición y un núcleo importante del feminismo menos recalcitrante se le han echado encima. Les asiste toda la razón. Si las comparaciones son odiosas, ésta en concreto lo es más todavía por la carga de desprecio que llevan las declaraciones de la ministra a los avances en igualdad que desde 1978 se llevan a cabo en España. La misandria de esta chica es enfermiza. La Montero se ha debido leer, de cabo a rabo, el libro o más bien manifiesto, de la escritora francesa Pauline Harmange: “Hombres, los odio” en el que desarrolla la teoría de la misandria.

Por ese camino, el de la confrontación con el sexo opuesto, no vamos a ganar nada. Se rompe la igualdad. En lugar de avanzar en la igualdad, retrocedemos. No al mundo talibán que oprime a las mujeres pero tampoco el mundo de las legendarias amazonas, antagonistas de los héroes griegos. No se trata de ver quién puede más, quién tiene más ovarios o más huevos, aquí se trata de medir por el mismo rasero, con sus características diferenciadoras, a hombres y mujeres.

Tengo para mí que la máxima responsable en materia de igualdad de género del Gobierno de España, no tiene ni la más remota idea de la realidad de Afganistán, de su cultura, de sus tradiciones, de las mujeres afganas, ni del drama humanitario al que se enfrenta la población en ese país en materia de derechos en los próximos años. Qué sabrá esta chica si ha demostrado fehacientemente que no sabe nada, que está pez en todo. Impensable que una sola afgana llegue a casa “sola y borracha”.