El 11 de septiembre de 2001 cambió la historia de la humanidad. Los cuatro atentados terroristas cometidos esa misma mañana en los Estados Unidos por la red yihadista Al Qaeda han tenido consecuencias en todos los ámbitos de la vida cotidiana de las personas y en todos los países: desde la nueva arquitectura en la gobernanza a nivel mundial hasta la fragilidad de las fronteras de la seguridad y la libertad, pasando por los nuevos significados que otorgamos a “los otros”, los diferentes, principalmente si proceden de latitudes sospechosas. Cuando estos días recordamos aquellas imágenes que íbamos viendo por la televisión, las preguntas y los interrogantes se acumulan encima de la mesa. Por ejemplo, no estaría mal discutir si estamos mejor o peor que entonces, si vivimos en entornos más o menos seguros, si el disfrute de la libertad con la que muchos seguimos soñando ha exigido el pago de ciertos peajes, si hemos preferido invertir más en hacer la guerra antes que el amor. Preguntas, como ven, sin apenas importancia.

¿Se imaginan cómo hubieran sido nuestras vidas sin los efectos y las consecuencias de aquellos terribles atentados?

Durante estos días ha sido también muy habitual preguntarnos que en dónde estábamos entonces. En mi caso, recuerdo que las primeras noticias e imágenes llegaron a través de la televisión a la hora de la comida. Posteriormente, mientras hacía el camino de Zamora a Salamanca para llegar a tiempo a dar clase en la Universidad, la radio del coche me iba poniendo al tanto de todo lo que estaba sucediendo. Mientras cruzaba por Topas se produjo la caída de una de las torres gemelas. Cuando entré en clase, mis estudiantes estaban aterrorizados. No era para menos, claro. Esa tarde todo empezaba a ser diferente. Nadie entendía nada, las preguntas se acumulaban, las dudas inundaban los pasillos de la Facultad de Ciencias Sociales y en los rostros de docentes y estudiantes se podía leer el significado de la perplejidad, la incertidumbre, la impotencia y, sobre todo, el miedo. Las especulaciones sobre los hechos, los autores y los motivos de los atentados también nos acompañaban. Cuestiones que aún hoy siguen flotando en el aire.

¿Y desde entonces, qué? ¿Hemos aprendido algo o, más bien, hemos optado por utilizar la táctica del avestruz y seguir caminando, como si nada hubiera sucedido? Imaginen, por un momento, que estuviera en sus manos la posibilidad de regresar al pasado y tomar decisiones para la gobernanza del mundo: ¿qué cambiarían de lo que hemos vivido durante los últimos veinte años a nivel mundial? ¿Se imaginan cómo hubieran sido nuestras vidas sin los efectos y las consecuencias de aquellos terribles atentados? ¿O tal vez piensan que lo que sucede a cientos o miles de kilómetros de distancia no nos afecta? Yo me voy a mojar: la inseguridad mundial se ha incrementado y apenas hemos aprendido algo sobre el origen y la resolución de los conflictos. Por eso, si estuviera en mis manos regresar hacia atrás, predicaría con el ejemplo, es decir, haría mucho más el amor que la guerra. Y, por supuesto, compartiría los beneficios personales y colectivos de tan nobles prácticas.

Como ven, aquí estoy de nuevo. Muchos ánimos. Seguimos adelante.