Cuando el presidente Zapatero intervino, en septiembre de 2004 en Nueva York, ante la Asamblea General de la ONU para defender la Alianza de Civilizaciones que apadrinaba de la mano del presidente turco Erdogan -por aquel entonces de apariencia moderado y diecisiete años después islamista e islamizante declarado- la isla de Manhattan, epicentro mundial del modelo democrático, abierto y liberal, aún respiraba el polvo de la destrucción y la muerte que tres años antes había provocado el terrorismo islámico con su atentado contra las Torres Gemelas, contra Occidente, contra la civilización; en nombre de la barbarie de los talibanes afganos, del islamismo radical, de la interpretación más “pura” del Corán.

El proceso de civilización es único, solo admite avanzar o retroceder y el avance ni es fácil, ni se logra por la inercia cuando hay fuerzas tan empeñadas en que saltemos hacia atrás

Eran poco más de las tres de la tarde en España del 11 de septiembre de 2001. Aún estaba en mi despacho del Ayuntamiento de Zamora. Creo que fue el policía municipal que ese día custodiaba la sede municipal, quien subió a darme la noticia que estaba escuchando en la radio. Me conecté a Internet, también a la radio. Todo era confuso en aquellos primeros minutos hasta que al primer avión lo siguió un segundo, que ya vimos en directo. Luego otros en distintos puntos de Estados Unidos. Salí rumbo a casa, no sin antes comentar con él la expectación y el temor ante lo que estuviera por llegar y a la reacción americana.

Aquel día descubrimos -redescubrimos más bien- que el proceso de civilización no es irreversible y que el avance sobre la flecha del tiempo hacia valores más humanos y humanísticos se puede truncar si, como Gibbon nos narra referido a la antigua Roma en su “Historia de la decadencia y caída del Imperio romano”, la civilización se debilita desde dentro, la sociedad se acomoda, se corrompe, baja los brazos y deja de defender la esencia de los principios que le han permitido alcanzar aquello que ha conseguido ser y que el bárbaro envidia y odia por igual, que anhela conquistar para a continuación destruirlo.

Veinte años después, como ya empezó a suceder en los días siguientes a los salvajes atentados, no son pocos quienes en Occidente, sobre todo en la acobardada Europa, se empeñan en buscar causas legitimadoras al terrorismo, a la intolerancia, a la incivilizada barbarie. O a poner en el mismo plano, como si fueran modelos de civilización equivalentes, a quienes hemos construido la democracia, propugnamos la defensa de la dignidad, la igualdad y los derechos humanos, ensalzamos la cultura, la ciencia y el conocimiento y respetamos a quien profesa cualquier religión o a quien no profesa ninguna y a quienes siguiendo su libro y a su Dios vengador quieren destruir el arte, prohibir la música, hacer desaparecer de la vista a la mujer salvo para su uso personal y sojuzgado por el hombre o colgar a los no heterosexuales.

El proceso de civilización es único, solo admite avanzar o retroceder y el avance ni es fácil, ni se logra por la inercia cuando hay fuerzas tan empeñadas en que saltemos hacia atrás. El premier británico Tony Blair matizó que lo que de verdad necesitamos es una alianza de civilizados.

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