Como todos los días, encontrábase reunido el grupo de redactores del telediario. De cualquier telediario. De cualquier cadena televisiva. Allí estaban los informadores que llevaban lo local, lo nacional y lo internacional. De entre ellos destacaba uno que, precisamente, debutaba ese día. Se le notaba enseguida, ya que era el que, si rechistar, se levantaba de vez en cuando para llevar cafés.

Asesinatos y violaciones se disputaban el cierre del telediario acompañados con una música, de esa que algunos denominan impactante

Cada cual proponía aquello que le parecía mas truculento. Últimamente, en internacional, se llevaba la palma la guerra de Afganistán, aunque no se pasaran por alto las inundaciones, terremotos y tsunamis. En lo nacional, destacaban los incendios. Cuanto mayores eran cobraban mayor protagonismo. Asesinatos y violaciones se disputaban el cierre del telediario acompañados con una música, de esa que algunos denominan impactante.

Al nuevo se le ocurrió proponer unas imágenes de su pueblo, donde no ocurrían esas cosas. Al menos no ocurrían todos los días. Y arguyó que la gente, a base de ver repetidas tantas veces las mismas, o parecidas apocalípticas imágenes, se estaba haciendo a la idea de que nada bueno sucedía en el mundo.

La reacción del grupo, ante la propuesta del nuevo, fue unánime. Puesto que la consigna de la cadena era la de no dejar que el público llegara a coger aire y empezara a recuperar el ánimo, no llegaron a contestarle. Para sus adentros quedaba el run run del éxito que habían obtenido a base de machacar el inconsciente de los espectadores con tenebrosas y horrorosas imágenes.

Hicieron como que no lo habían oído y propusieron intercalar, entre cada dos noticias, un pequeño informe de alguno de los escándalos de corrupción política que nunca llegaban a faltar. Para terminar, nada mejor que presentar los datos de la subida del recibo de la luz, y las vacuas esperanzas de que pudiera verse reducido algún día.

Llegó un momento en el que parecieron ponerse de acuerdo. Solo les faltaba decidir el arranque del programa, pues dependía de ello que llegara o no a enganchar al televidente y, consecuentemente, a garantizar o no el éxito. Para ello que mejor que tirar de los datos del COVID que, mostrados en gráficos expuestos del derecho o del revés, llegaban a dar más o menos miedo.

El debutante informador hizo lo posible por huir de aquel aquelarre y optó por conectar el pinganillo que siempre llevaba puesto, y así trasladarse a otra época escuchando una canción, de los años “veinte” del siglo pasado, que, machaconamente, ponía su bisabuela un montón de veces al día.

Era un cuplé que interpretó después la gran actriz cómica, barcelonesa, Mary Santpere. ¡Venga alegría! se titulaba. ” Señores, venga alegría, quiero vivir”, repetía la letra de aquel fox-trot que también interpretaran Marujita Díaz y La Argentinita. Poner aquella canción era algo así como usar “el disparador nuclear de protones de alta capacidad” que lanzaban los cazafantasmas. Hubo un momento en el que a los participantes en aquella especie de brainstorming les cambió el color de la cara. Ante eso, el chaval, desconectó el pinganillo y volvió a interesarse por el debate, con la esperanza de que hubieran incluido alguna noticia que pudiera acercar a la gente al optimismo. Lo que había sucedido era, simplemente, que alguien, superior a ellos en el escalafón, les había enviado un WhatsApp para que hicieran mención del estreno de un determinado musical, cuyo productor era amigo suyo, y había que echarle una mano. Así que no les quedó otra alternativa que la de incluirlo. Ahora la duda residía si pincharlo antes o después del atropello múltiple que iban a dar en directo.

Por si acaso, para no dejar ningún rastro de esperanza, ni un momento de asueto al que poder agarrarse, que pudiera contribuir al fomento de la ilusión, decidieron incluir también las imágenes de una patera zozobrando en mitad del océano.

Parecía que todo había acabado por aquel día, cuando alguien recordó que se les había olvidado incluir el consabido enfrentamiento con la policía de grupos de jóvenes practicando el “arte” del botellón. De esa gente a la que no le importan mucho los demás. Ni siquiera ellos mismos, ya que no toman las más elementales precauciones para no contagiar ni ser contagiados por el COVID.

Al final más o menos, llegó a quedarles un telediario nada diferente a los de los otros días. Hubiera bastado con haberle cambiado la fecha al anterior, o al anterior al anterior. Hubiera sido suficiente. Mientras tanto el ingenuo jovenzuelo, con el ánimo por los pies, llegó a pensar que era un paranoico, ya que el paranoico es capaz de permanecer en guardia el tiempo que haga falta.