Llevo más de dos semanas acudiendo a diario a rehabilitación, y lo que me queda. Al principio pensaba que estaba perdiendo el tiempo y que no servía para nada, pero au contraire, mon ami. El jueves pasado me visitaron los hombres de verde, es decir, los veterinarios de la Junta, para realizar una recuperada campaña de saneamiento ganadero que consiga identificar animales positivos en brucelosis, tularemia y fiebre Q.

Y es que hasta las pandemias tienen su lado positivo. En este caso ha resultado ser que las autoridades sanitarias han reconocido por fin, por lo bajini, de tapadillo y sin que apenas nadie se entere, que, Houston, tenemos un problema con el todopoderoso cártel del Big Food.

Pues acabado de sangrar todo el rebaño, los dolores de la rizartrosis y una tendinitis de Quervain cronificada por mi culpa, por mi culpa y por mi gran culpa, meterían miedo hasta al más recio y curtido. Todo era llanto y crujir de dientes, como dice La Biblia, y puede que incluso llegara a blasfemar en la lengua de los mapuches, aunque no la hablo. Dice el refrán, que ladridos de perro no llegan al cielo, pero refuto ese refrán por inútil. El cielo escucha.

Porque después de la siguiente sesión de rehabilitación del viernes, y pese a confirmar, que desconozco qué son y en qué consisten los campos magnéticos, la magnetoterapia, las terapias ayurvédicas con uranio empobrecido o lo que sea que me estén dando, me constituyo en ejemplo vivo, reveladoramente empírico de que efectivamente funcionan.

En Zamora se usan palabras que no se prodigan en la vecina León. Pero es que, en la misma Zamora, los del monte hablan con palabros desconocidos para los que vivimos en el llano

Por otra parte, caminando o esperando en la calle a que llegue mi turno, estoy teniendo una magnífica oportunidad de observar a mi prójimo y comprobar con firme desesperanza lo mucho que ha cambiado a peor la sociedad española. El concepto de entropía hace referencia a la tendencia natural de un sistema, cualquier sistema, España, por ejemplo, a perder su orden intrínseco y terminar derivando en el caos. Así es como la física y la filosofía se alían para explicar el evidente deterioro de la convivencia.

De aquellos polvos, estos lodos. Y de semejantes dudas existenciales, el titular de arriba. Dudo luego existo. Porque me debato entre identificarme con el autor de la obra Del Sentimiento Trágico de la Vida, y su desesperado grito de impotencia: “Me duele España”. Nunca nadie ha conseguido expresar mejor el amor a la patria.

También a mí me duele, don Miguel.

Pero es que, al mismo tiempo, me flaquean de pura empatía las rodillas cuando veo cualquier imagen de Colin Kaepernick, el famoso quarterback de los San Francisco 49ers, protestando, con su ya simbólica rodilla hincada en el suelo, cada vez que suenan los acordes del himno nacional norteamericano, contra una asquerosa realidad que consiente el racismo y el odio al diferente. Me uno al deportista en su reivindicación, rodilla al suelo.

Me duele este país, como al filósofo, y por eso mismo me rebelo, como hace el deportista. Me rebelo cuando compruebo que evitamos todo contacto humano abducidos por una pantalla táctil. Y dentro de esas pantallas táctiles todo es peor aún. Me rebelo cuando se maltrata sin ningún pudor la lengua española. Una lengua fértil y hermosa donde las haya, con unas reglas gramaticales tan exactas como un sistema de ecuaciones lineales. Y un vocabulario cuasi infinito, que recoge sinónimos de núcleos urbanos y rurales de medio mundo. En Zamora se usan palabras que no se prodigan en la vecina León. Pero es que, en la misma Zamora, los del monte hablan con palabros desconocidos para los que vivimos en el llano.

Uno de mis tres suspensos en cinco años de universidad, estuvo más que justificado por una única e injustificable falta de ortografía en un examen de Sociología. A la primera falta el profesor dejaba de corregir. Es inconcebible que un estudiante universitario, no sepa expresarse sin faltas en su idioma. Inadmisible. Como inaudito es comprobar que hay adultos que castigan más su lengua materna que mis vecinos rumanos.

Si la nacionalidad española hubiera que revalidarla mediante un examen de español, pero no de los de ahora, que los aprueban hasta las avutardas camperas. Sino de los de antes. De los de cuando el jefe Lázaro Carreter era quien dictaminaba qué era lengua española y que no pasaba de ser mera jerga poligonera o el nuevo dialecto WhatsAppero. Repito, si la nacionalidad española dependiera de ajustarse al limpia, brilla y da esplendor, a más de uno lo exiliaban a la isla de santa Elena. Como a Napoleón.

Si algún día me obligan a exiliarme, que no me manden a Fuerteventura, como a Unamuno. Prefiero Islandia, que está más lejos de esta España que se va p´al carajo, y que además está llena de ovejas y de bonitas rebecas fabricadas con lana de oveja islandesa. O a la isla de Erin, que allí vive mi muy amada amiga Guinness.