El hecho de no vivir en una isla solos, de no ser anacoretas, de ser “animales sociales por naturaleza”, nos obliga a convivir con los demás, sean “mal altos o más bajos”, es decir, nos parezcan “más guapos o más feos”. La mayoría de las veces no tiene una explicación lógica, racional, más bien de “impacto visual” que hace responder, reaccionar, al personal de una manera u otra, bien aceptando todo lo que haga o diga, justificándolo. Como un antiguo alcalde de Bletisa dijo sobre el gravísimo fallo “profesional” de una funcionaria, “todos nos equivocamos”; o bien negando “el pan y la sal”, normalmente por envidias, por insuficiencia mental, y “dando la callada por respuesta”, en el mejor de los casos.

Desde la “noche de los tiempos”, especialmente desde los pensadores de la Grecia clásica, se ha puesto de manifiesto la necesidad inexcusable de que la “tropa” adquiera, goce y ponga en práctica eso que los “antiguos” llamaban educación, como conjunto de reglas, de consejos, que los padres y maestros de antes del “diluvio universal”, trataban de inculcar a sus hijos y discípulos. Y todo ello al objeto de lograr una mejor convivencia ciudadana, un mayor aporte a la sociedad de sus conocimientos, de contribuir, sin engaños, y sí honestamente, a la Hacienda Pública, especialmente los “suertudos” que tienen “estudios”, elevados flujos periódicos de ingresos, de gran patrimonio, etc., necesario para financiar los inmensos gastos públicos que una sociedad supuestamente moderna, solidaria, culta que demanda, con razón, por justicia, como imprescindibles para el desarrollo económico y social de las personas y territorios, obras y servicios públicos. Si hubiera empatía o sentido del deber cívico.

Pues una de las manifestaciones de la participación con los demás se da en las carreteras, especialmente en las denominadas secundarias, como las nacionales, las de ámbito regional, los caminos vecinales de titularidad de las diputaciones provinciales, los caminos municipales, donde, especialmente la observancia de un comportamiento exigente por respeto a los que acompañan al conductor, de los que comparten esas vías, demandan una observancia escrupulosa de la legislación de tráfico, circulación de vehículos y seguridad vial, como establece el Real Decreto Legislativo 6/2015; pues en ellas se producen, porcentualmente, el mayor número de accidentes, sobre todo en época vacacional, donde “los pueblos están a rebosar”.

Y es que si se respetan las leyes respetamos a los demás y a nosotros mismos; evitaremos las desgracias, los disgustos, la aplicación de los Códigos Civil y Penal, los daños morales y económicos, y su resarcimiento, por las imprudencias “al volante”. Estas se podrían tipificar como delitos contra la seguridad vial, por exceso de velocidad, consumo de alcohol, de drogas, conducción temeraria, “con manifiesto desprecio a la vida, como conducir en sentido contrario” con posible resultado de homicidio, etc., que pudiera conllevar pena de cárcel.

Es que hay que tomar buena nota de las manifestaciones del fiscal de sala delegado de Seguridad Vial, en la rueda de prensa del pasado día 29 de julio, que recogió la prensa, como en el oficio que ha remitido a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, “a los que insta a que se levanten los oportunos atestados y se tramiten como delito”, aumenten los controles, evitando la impunidad de conductas tan antisociales. Y, a destacar, muy especialmente, su petición a la población, o sea, a todos, “para que se denuncien conducciones temerarias, como adelantamientos indebidos o excesos de velocidad”.

Pero la auténtica solución a tanto comportamiento incívico, insolidario, etc., en las carreteras, y fuera de ellas, es una sólida educación de la que debiera derivarse un “amar al prójimo”, respetando su vida y derechos; lo mismo que queremos de los demás hacia nosotros; y, reitero, con observancia exquisita del marco legal que nos hemos dado todos, a través de nuestros representantes en las cámaras legislativas. Vivimos en un Estado social y democrático de Derecho. Además, se contribuirá, a que el “vallis lacrimorum”, Salmo 84:6, deje de existir.

Vayan desde estas líneas mi respeto, mi afecto, mi consideración, a los agentes de la Agrupación de Tráfico de la Guardia Civil por su sentido del deber, por su sacrificio en el desempeño de sus importantes misiones, por velar por el cumplimiento de la ley, por la ayuda que prestan a la ciudadanía, por ser auténticos “ángeles de la carretera”. Gracias a todos ellos.

Marcelino de Zamora