En realidad la frase completa reza: “En el hotel te dejo lo que te mereces”. Es el perverso mensaje a su mujer, del padre que el pasado martes mató a su hijo de dos años y nueve meses. Otro crimen vicario inexplicable, canalla, absurdo. Cuando un adulto necesita quitarle la vida a un menor para enfrentarse con la realidad que le toca vivir en ese momento, por dura que sea, mal asunto. La frialdad, la vesania del individuo en cuestión que de padre no tiene nada, hay que dejar de prostituir ciertas palabras que tienen un contenido entrañable y hermoso, le llevó a matar a su hijo con sus propias manos, ahogándolo con una almohada.

Desde el asesinato de los niños Ruth y José Bretón, ‘incinerados’ en vida por su mal llamado padre, el goteo de crímenes vicarios ha sido incesante. Tanta violencia es preocupante. Especialmente la que se ejerce contra los más pequeños. Podría escribirse una trilogía del maltrato, en la que los protagonistas son, de menor a mayor, los niños, las mujeres y los ancianos. ¡Basta ya! O la Justicia endurece sus sentencias o esto puede convertirse, de hecho lo es en cierta medida, en una rutina para tanto salvaje con piel de cordero y sin ella, que pulula en la vida de tantos inocentes.

Prisión permanente revisable, para el que emparedó recientemente a la vendedora de lotería de la ONCE, para el padre de este chavalito del barrio de Sants-Badal de Barcelona, para la asesina de Gabriel Cruz, “el pescaito”, para el asesino de Diana Quer, y para todos los asesinos que han disfrutado matando, cuantas veces a los que se suponía que eran sus seres queridos, sangre de su sangre. No puede haber piedad para ellos. Con ellos hay que tener la misma piedad que ellos tuvieron con sus víctimas: ninguna.

El padre del niño asesinado en Barcelona lo recogió en casa de la madre, con su permiso, para “dar un paseo”. ¿Quién va a pensar que se puede producir un hecho tan lamentable? A última hora lo llevó de la mano hasta la habitación 704 del Hotel Concordia, el relato de lo que sucedió ese día en ese hotel es escalofriante, supuso el final de una vida que se estaba iniciando. La pareja se había separado hacía pocos días. Como en tantos otros sucesos, fue una decisión de ella que el padre ni asumía, ni aceptaba, ni entendía. En este caso no constan denuncias de malos tratos, ni episodios violentos protagonizados por el hombre. Se estaba reservando para la peor de las venganzas perpetrada en la séptima planta de un hotel.