Volver es siempre un ejercicio de rendición, una operación fallida; nunca se vuelve igual que te fuiste: si te marchaste desnudo, vuelves con velos que tapan tus oscuridades; y si lo hiciste vestido, el regreso siempre es en cueros. Recordar es el camino de vuelta menos obsceno. Si empiezas a recorrerlo en grupo, como acabamos de hacer un puñado de ex jesuitas del colegio menor “Alfonso Rodríguez” de Zamora en medio del velatorio de Wenefrido de Dios, un hombre que atemperó el alma de la tierra a pesar de vivir siempre esclavizado por la altanería del cielo, padre de tres hijos, dos de ellos ilustres ex alumnos del centro educativo que ya no es; entonces, digo, te das cuenta de que el pasado siempre ofrece caramelos que te tragas sin mirar el sabor que anuncia la etiqueta.

A toda una generación de zamoranos –también del resto de provincias de Castilla y León y de otros territorios del país- nos criaron con el afán de romper amarras, nos dieron desde pequeñitos una consigna: salir del pueblo, mirar la tierra desde lejos, cagarnos en el cielo cabrón que rompe manceras e ilusiones... Más que consigna, fue un horizonte que nos dibujaron nuestros padres, aquellos que solo diseñaron besanas infinitas que parecían olas de un mar bobalicón, ese que muchos de ellos nunca llegaron a ver. Nos alejaron del polvo y la podredumbre para hacernos “hombres de provecho”, distantes de heladas negras y pedriscos cabrones. O eso creían.

Aprendimos de forma presencial los valores de antaño, que son los de siempre, no los de ahora, bastardos e interesados, que se capturan en la pantalla de los teléfonos móviles. Y nos fuimos y olvidamos la cultura de la tierra, dejándonos seducir por los cantos de sirena de los anuncios de neón. Quizás nos equivocamos.

Seguro que si nos hubiéramos quedado no nos hubieran engañado tanto. No hubieran, unos y otros, de dentro y de fuera, maltratado con tanta vesania esta provincia. No hubieran vuelto del revés los valores de nuestros padres, que fueron el carné de identidad de nuestros antepasados, los que han mantenido hasta la muerte los Wenefridos que se nos están yendo a vivir bajo la sombra del silencio.

Quizás no todo está perdido. Y los que aún quedamos de la generación bisagra, la que ha roto albarda y alforjas, podamos redimirnos tocando los cojones a diestro y siniestro. Siempre con Zamora en el horizonte. Nunca es tarde para quien es capaz de asumir aquello tan mesetario de que “mientras sube y baja el palo, descansan las costillas”.