A la pobre asignatura en cuestión, se le ha llamado de todo, menos necesaria, menos conveniente, menos útil, menos provechosa. Las raíces cristianas del viejo continente, la relación histórica entre el cristianismo y Europa es un hecho que no se puede obviar, entre otras muchas razones, de ahí la necesidad de la asignatura de Religión que la Ley Celaá ha demonizado, degradándola, hasta el punto de que no cuenta para hacer media ni para conseguir una beca. Es de elección voluntaria.

La asignatura de religión nunca se ha utilizado para adoctrinar, como ocurre con tantas otras materias. Gracias a ella, en mi época de estudiante que añoro, conocí la historia de la religión que profeso y que nadie me ha impuesto, la he abrazado de forma voluntaria, independientemente de mi bautismo, mi primera comunión, mi confirmación y todo lo demás.

Lo cierto es que el Gobierno aún tiene pendiente elaborar el decreto que desarrolla la asignatura. Actualmente, en España, la asignatura de Religión es, como en buena parte de Europa, países como Alemania, Austria, Bélgica, Estonia o Italia, de oferta obligatoria para los centros pero voluntaria para los alumnos. La cursa el alumno que quiere. Esto ha venido siendo así con las Leyes socialistas como la LOE, y con las leyes populares como la Lomce. Aquí no se libra ningún Gobierno. Todos dejan su huella. Todos ponen su ‘toque’ particular o ideológico que no siempre es el más acertado.

No deja de ser preocupante que, precisamente, hayan sido PSOE, Podemos y ERC quienes pactaran una enmienda transaccional o lo que es igual, una modificación a un proyecto de ley fruto del acuerdo de varios partidos, que añade a la ley la enseñanza “no confesional de cultura de las religiones tanto en primaria como Educación Secundaria Obligatoria” que muy bien podría ser una alternativa a la asignatura de Religión. Apueste lo que quiera a que se darán toda clase de facilidades y oportunidades a otras confesiones, mientras a la Religión católica se le pondrán, ya se le han puesto, trabas, zancadillas, impedimentos de todo tipo.

¿Qué cabe esperar de esa enmienda pactada a tres si con ella se elimina también la referencia al castellano como lengua vehicular en la Educación y, de momento, la lengua oficial de España a la que parecen querer convertir en una nueva Babel? Sólo las lenguas cooficiales tienen el respaldo de esa especie de tripartito que, a simple vista y en profundidad, parece querer cargarse la España que conocíamos hasta ahora, cambiándola por una suerte o desgracia de país hecho a base de una especie de teselas o de mosaicos sin identidad propia.