La reciente y comentada imagen de Sánchez es digna de un análisis freudiano, bien es cierto que más por el lado del lapsus pedis que por el del lapsus linguae. Pero la estampa entre la dejadez y la vulgaridad con que nos ha obsequiado en tiempos vacacionales, léase cuaresma perpetua, el inquilino de la Moncloa o de cualquier casoplón estival, palacio siempre para disfrute de algún que otro infatuado a medio camino entre la soberbia y el desprecio hacia sus administrados, es sublime alegoría de la talla del actual presidente.

En realidad, Sánchez no ha hecho a lo largo de su carrera sino calzar alpargata política, antes que nada para disimular la bota, con miras a hacerse valer y entender. Usó de alpargata cuando el pucherazo en las primarias de su partido, al igual que en el golpe de… pie que no de mano de la moción de censura, esto por no ir a las cambiadas a costa del Iglesias podemita, o al trato dispensado a los propios con purga y relevos de por medio.

¡Alpargata!, no otra es la conquista estilosa del sanchismo de cara a la transparencia institucional, especialmente en cuanto a la comunicación y rendición de cuentas, cosas éstas de democracias demodées, fundamentalmente después de la puesta al día del gran estadista, o nuevo Kennedy de la política occidental, quien en su particular teatrillo aldeano, nunca global: ¡ay, ay, ay, el ridículo ante el Biden anda que anda… y andana!, puede permitirse aparecer ante la opinión pública vía plasma, luciendo atuendo de figurín aliñado con la muy doméstica pantufla, supondremos que de marca.

Después de ropero y pasarela de empoderadas con cargo y vara ministerial, a esperar quizá boina y chancla del jefe de gabinete, que todo se andará. Mientras tanto, el poco periodismo crítico que va quedando ya puede hacerse a la idea. De ruedas de prensa nada, y menos aún de preguntas molestas. Porque el Sánchez de la alpargata se siente cómodo despachando lejos y a lo casero, sabiéndose como se sabe lo mucho que por aquí tiran el hogar y la familia. Aceptado, pero lo que resulta menos presentable es que los gastos, recibo de luz incluido, los sufraguen a escote ciudadanos y contribuyentes, gleba fiscal al servicio no ya de una partitocracia con lujos de sátrapa oriental, que también, sino de las ensoñaciones naturalmente virtuales de una corte de iluminados con alergia, y en esto no hay más que verlos, a rendir cuentas y dar explicaciones. Siquiera del recibo.